Duermevela

Pacto patriarcal
Por Cyntia Moncada
La consigna “no estás sola” es un grito de batalla del feminismo. Un símbolo que arropa a las víctimas que deciden hablar. Que les dice: te creemos, estamos contigo, no tienes que cargar con esto sola. Pero este pasado miércoles, lxs diputadxs federales decidieron torcerle el sentido: se lo gritaron a un hombre acusado de intento de violación, y con eso lo protegieron. No fue un error. Fue un mensaje.
Le gritaron “¡No estás solo!” desde el pleno, apropiándose de una consigna feminista para blindar a un presunto agresor. Lo aplaudieron. Lo abrazaron. Votaron para mantener su fuero y evitar que enfrente la justicia. El mensaje fue claro, brutal y desesperanzador.
Lo que pasó ese día no fue solo una votación. Fue una señal. Un recordatorio de que la paridad sin convicción no es transformación. Que tener mujeres en espacios de poder no garantiza nada si no están dispuestas a romper el pacto patriarcal que sostiene la impunidad. La representación sin compromiso feminista puede convertirse, incluso, en una herramienta para proteger al agresor.
Las diputadas que alzaron la voz contra el dictamen lo sabían. Lo que estaba en juego no era un nombre, era un principio: que las denuncias deben investigarse, que el fuero no puede ser escudo para la impunidad, que el respaldo político no debe pesar más que la justicia. Pero sus voces fueron minoría.
Votaron que no. Le dieron la espalda no solo a una denunciante, sino a todas las mujeres que hemos alzado la voz, que hemos acompañado denuncias, que hemos exigido justicia con la voz quebrada o con los dientes apretados. A todas las que hemos sido testigo de cómo el sistema siempre, siempre, encuentra formas de proteger al agresor.
La política mexicana presume avances en representación. Pero eso no transforma nada si quienes legislan no están dispuestas a incomodar al poder. La paridad se vuelve un espejismo si quienes la encarnan reproducen las mismas lógicas que históricamente nos han oprimido. No se trata solo de abrir la puerta a las mujeres, sino de que quienes entren lleven consigo la causa. Que no teman perder el respaldo del partido si eso implica ponerse del lado correcto de la historia.
El caso de Blanco no es único. Es apenas un espejo. Cada vez que el Congreso protege a un acusado, otra mujer duda en denunciar. Y cada vez que se grita “no estás solo” a un hombre señalado por violencia, se refuerza la idea de que aquí los intocables tienen nombre, partido y fuero.
Nosotras no gritamos “no estás sola” para quien tiene una bancada detrás. Lo gritamos para la que hace fila en el Ministerio Público, para la que tiembla al regresar a casa, para la que se atrevió a hablar aunque sabía que no le iban a creer.
“¡No estás solo!”, le gritaron. Y tenían razón: no lo está. Él tiene el fuero, los votos, las porras. Pero nosotras también estamos juntas. Más alertas, más dolidas, más rabiosas. Porque cuando una consigna se convierte en escudo del poder, la lucha se vuelve más urgente que nunca.