Dobleces

Operación camaleón
Israel Mendoza Pérez
@imendozape
Alrededor de la dirigencia de Héctor Díaz-Polanco en la Ciudad de México, comenzaron a buscar acercamientos personajes camaleónicos. Lo mismo usaron los colores del PRI, que tienen nexos con el PAN o ahora se enchalecan el color guinda.
Hannah de Lamadrid puede ser una de las operadoras políticas más versátiles, pero no por sus resultados, sino por su impresionante capacidad de cambiar de colores, tendencias ideológicas y principios como si, en cada cambio, se tratara de una persona completamente distinta. No importa el partido ni la plaza: si se trata de perder elecciones, ahí estará ella.
Exmilitante del PRI, saltó a Morena en 2024 como candidata a la alcaldía en Coyoacán. Designada por dedazo, sin estructura de base ni arraigo en la alcaldía, su postulación fue vista por muchos como un experimento fallido que mezclaba priísmo con narrativa de la cuatroté. Su derrota frente al alcalde de Coyoacán fue contundente, y no solo perdió votos, también credibilidad por su débil narrativa. Sin embargo, comenzó a trazar sus acercamientos, con allegados a Díaz-Polanco para ser tomada en cuenta rumbo a 2027.
Su campaña anterior estuvo plagada de inconsistencias, sanciones por actos anticipados y una estrategia desconectada de las causas ciudadanas. Lejos de asumir la responsabilidad del fracaso, su siguiente paso fue ocupar un cargo en la administración pública capitalina, con un sueldo de 95 mil 300 pesos, sin que este aparezca en sus perfiles públicos ni haya sido anunciado formalmente. Todo un clásico del reciclaje político.
Pero la historia no termina ahí. Su presencia en Durango fue aún más desastrosa. Allí operó como principal estratega del fallido candidato José Ramón Enríquez, un exalcalde panista impuesto por Morena para contender por la presidencia municipal de la capital. Lejos de sumar, Hanna polarizó, dividió y debilitó al equipo local. El resultado fue una derrota humillante: no solo perdió frente al panista Antonio Ochoa, quien logró la reelección con holgura, sino que su candidato cayó hasta el tercer lugar, por debajo incluso del Movimiento Ciudadano. Un golpe electoral que dejó en claro que la marca Morena no es suficiente cuando las figuras que la representan están tan alejadas de los principios obradoristas.
Lo más grave fue que Hannah y Enríquez no solo fallaron en lo político, también defraudaron en lo humano. Prometieron lealtad a un proyecto y terminaron en un juego de manipulación mentiras y soberbia política. En lugar de construir, destruyeron; en vez de representar al pueblo, lo subestimaron. Su paso por Durango fue una clase magistral de cómo no hacer campaña en tierra ajena, cómo no respetar a las bases y cómo sepultar una candidatura que, en otras manos, podría haber sido competitiva.
Hannah no suma. Resta. Es una contradicción viva para la cuatroté: expriista, derrotada, premiada sin legitimidad. Su ascenso en el partido reproduce los mismos vicios que Morena decía combatir: el amiguismo, el oportunismo y el desprecio por la militancia.
En Coyoacán y en Durango sus resultados están a la vista. Si Morena pretende conservar su legitimidad, debe empezar por limpiar su casa y dejar de premiar el fracaso.
Ahora solo falta ver cuál será el próximo cambio de esta especialista en tender la operación camaleón. Más preocupante aún: quién se atreverá a confiarle, otra vez, una tarea electoral. Porque si algo ha demostrado Lamadrid es que donde pone el pie, la derrota se instala.