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26 de noviembre de 2025
Opinión

Con-ciencia y sin corbata

Con-ciencia y sin corbata
  • noviembre 26, 2025

La economía del cansancio

Emiliano Calvert

Hay un fenómeno silencioso rondando oficinas, cafés de cowork y chats de WhatsApp: todos andan cansados. No “medio cansados”. Cansados a nivel existencial. Cansados de estar cansados. Cansados sin explicación convincente.

Y lo más curioso es que ya ni siquiera lo cuestionamos. Se volvió saludo corporativo.

—¿Cómo vas?

—Cansado, ya sabes.

Como si hubiera un sindicato invisible del agotamiento obligatorio. Como si estuviéramos pagando una membresía mensual al “Club del Fatigue Premium”.

Pero el cansancio de 2025 ya no es el cansancio clásico de antes, el que venía de cargar cajas, trapear talleres o soldar diez horas seguidas; éste viene de otra cosa: la saturación mental constante. No nos están explotando físicamente, nos estamos exprimiendo cognitivamente.

Y ahí está la trampa: agotamiento no es lo mismo que productividad. De hecho, la mayoría está más cansada que ocupada.

Vivimos en lo que algunos psicólogos ya llaman la economía del cansancio: un sistema donde lo que se consume no es tiempo, sino atención, y lo que produce cansancio no es el esfuerzo, sino la interrupción permanente.

Piénsalo:

No te cansa trabajar.

Te cansa que te interrumpan mientras trabajas.

Te cansa cambiar de ventana 48 veces.

Te cansa responder mensajes mientras decides qué comer.

Te cansa atender problemas que no son tuyos pero te los avientan porque “tú siempre resuelves”.

Te cansa que el cerebro viva en modo switch, tratando de encajar en una agenda que nadie controla realmente.

Las empresas no están pagando por horas; están rentando tu sistema nervioso.

Y tú lo entregas barato.

El peor enemigo de nuestra generación no es el estrés; es el ruido mental: las notificaciones que te llegan aunque no las abras, las conversaciones que cargas aunque ya no estén pasando, la culpa de no ir al gym, la ansiedad de contestar un mensaje a tiempo, la comparación permanente con la vida editada de todos los demás.

Las consultoras ya lo midieron: la atención humana hoy vale más que el litio.

Pero nosotros la regalamos como si fuera folleto del Oxxo.

Somos la primera generación que puede pasar ocho horas sentado sin moverse… y terminar agotada como si hubiera corrido un maratón. Y no un maratón normal: un maratón donde cada kilómetro alguien te pide una presentación, un correo, un update, una opinión o un “cinco minutos rapidísimos”.

El cansancio se volvió un estado de identidad, no un síntoma.

Andar agotado da estatus, legitimidad, pertenencia.

Es la versión adulta de presumir que no has dormido porque “andas full”.

Y ahí es donde empieza a doler.

Porque sentirte cansado por existir no es normal.

Tener la mente saturada sin haber logrado algo concreto no es normal.

Pensar que descansar es perder el tiempo tampoco es normal.

Que te dé pena decir “no estoy disponible” definitivamente no es normal.

Pero aquí seguimos, actuando como si fuera parte natural de la adultez, como si la vida fuera una licuadora en velocidad 6 y nosotros fuéramos fruto de temporada.

La economía del cansancio funciona porque a nadie le conviene que pares: ni las apps, ni los jefes, ni el mercado, ni tu ego que cree que vale más cuando está ocupado. La inercia es rentable. El ruido es negocio. La saturación es adictiva.

La salida no es renunciar al mundo moderno ni mudarte a un retiro espiritual en Arteaga (aunque suena sabroso). La salida es recuperar control sobre dónde vas a gastar tu energía, porque si no la administras tú, alguien más ya lo está haciendo por ti.

La receta es simple, aunque duele:

Pausas reales.

Silencios incómodos.

Tareas de una sola cosa a la vez.

Desintoxicación de pendientes inútiles.

Y la frase más poderosa de cualquier adulto funcional: “ahorita no”.

Conclusión:

No estamos cansados por hacer mucho, sino por no soltar nada.

La vida no te pide que seas héroe de productividad; te pide que uses bien tu energía.

Si no eliges en qué te cansas, la economía del cansancio lo hará por ti.

Y esa sí cobra caro.