Dos jóvenes santos para un mundo moderno

Leslie Delgado
El 7 de septiembre, la iglesia católica vivirá en San Pedro un acontecimiento sin precedentes, la canonización de los beatos Carlo Acutis y Pier Giorgio Frassati, dos jóvenes que, con apenas 15 y 24 años de edad respectivamente, lograron dejar una huella imborrable en la fe de la iglesia universal.
Acutis, fallecido en 2006 en Asís a causa de una leucemia fulminante, es considerado el primer “santo millennial” por su capacidad de llevar el mensaje del Evangelio al mundo digital. Frassati, por su parte, murió en 1925 en Turín tras una enfermedad, pero dejó un legado de servicio, compromiso social y cercanía con los pobres, lo que le valió ser llamado por san Juan Pablo II “el hombre de las ocho bienaventuranzas”.
Carlo Acutis: el evangelizador digital
Carlo nació en Londres en 1991, pero creció en Milán. Desde pequeño mostró un profundo amor por la Eucaristía, a la que llamaba “mi autopista al cielo”. Con apenas 11 años comenzó un proyecto que marcaría su misión: recopilar los milagros eucarísticos del mundo en un sitio web que hoy sigue activo y que ha sido traducido a varios idiomas.
María Teresa Ramos Cadenas, integrante de la pastoral juvenil en México, subrayó que la vida de Carlo es una señal de esperanza para los jóvenes actuales.
“Él supo en medio de su enfermedad aceptar la voluntad divina y transformar el dolor en evangelización. Con el internet, en un tiempo en que apenas despegaba, mostró que las redes podían ser un espacio para compartir la fe”, expresó.
Carlo falleció en octubre de 2006 y fue beatificado en 2020 por el papa Francisco. Su testimonio ha inspirado a miles de jóvenes que encuentran en él una referencia cercana, un modelo de santidad vivido en la era digital.
Pier Giorgio Frassati: el universitario de los pobres
Nacido en Turín en 1901, Pier Giorgio Frassati creció en el seno de una familia acomodada. Su vida, sin embargo, estuvo marcada por la sencillez y el servicio. Estudiante de ingeniería, apasionado del deporte y el alpinismo, dedicó gran parte de su tiempo a visitar hospitales, barrios obreros y obras de caridad, siempre con un espíritu alegre.
Murió en 1925 a los 24 años, víctima de poliomielitis. En su funeral, miles de personas pobres a quienes había ayudado espontáneamente se presentaron para despedirlo, sorprendiendo incluso a su familia, que desconocía la magnitud de su labor silenciosa.
“Pier Giorgio vivió en medio de la revolución industrial, defendió su fe en la universidad y supo encontrar en la montaña un espacio de encuentro con el creador. Su primer milagro fue con su propio padre, que recuperó la fe tras la muerte de su hijo”, relató Ramos Cadenas.
Una santidad cercana y alcanzable
El doctor Gabriel Verduzco Argüelles, teólogo y filósofo, explica que el gran valor de esta canonización radica en reconocer que la santidad también se encuentra en lo cotidiano.
“Lo extraordinario de sus vidas fue vivir lo ordinario de manera extraordinaria. No fueron sacerdotes ni mártires, sino jóvenes comunes que supieron combinar oración, estudio, deporte y amistad. Eso los convierte en modelos cercanos y alcanzables para todos”.
Desde su perspectiva el testimonio de Carlo y Pier Giorgio rompe con la visión de que los santos pertenecen a un mundo lejano o inalcanzable.
“Estos dos jóvenes muestran que en el trabajo diario, en la escuela, en las redes sociales o en la montaña se puede vivir una fe profunda. Su canonización es también un recordatorio de que la iglesia sigue reconociendo la santidad en los laicos y en las nuevas generaciones”, explicó.
Más allá de la celebración litúrgica, la canonización de Carlo y Pier Giorgio lleva consigo un mensaje claro para los adolescentes y universitarios de todo el mundo, la fe no está reñida con los tiempos modernos, ni con el uso de herramientas digitales.
“Las redes sociales no son una amenaza, sino un nuevo continente digital donde también se hace comunidad, fraternidad y esperanza. Carlo y Pier Giorgio son una invitación a llenar estos espacios de fe y de valores”, subrayó Ramos.
La ceremonia del 7 de septiembre marcará un punto de inflexión en la vida de la iglesia, no sólo por la relevancia de las figuras reconocidas, sino porque confirma el llamado del Concilio Vaticano II a destacar el papel de los laicos en la misión de la iglesia.
“Es un parteaguas —detalló Verduzco— porque nos recuerda que la santidad no está reservada a religiosos o sacerdotes, sino que también puede encontrarse en la vida de personas comunes. Y ese es el gran reto: querer vivir de manera extraordinaria lo ordinario de cada día”.
Así, la canonización de Carlo Acutis y Pier Giorgio Frassati no solo honra a dos jóvenes que entregaron su vida a Dios, sino que ofrece a la juventud contemporánea una certeza de que la santidad está al alcance de todos, incluso en medio del mundo digital y de los desafíos de la vida universitaria.