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12 de julio de 2025
Opinión

Cuauhtémoc 269 B (2)

Cuauhtémoc 269 B (2)
  • septiembre 8, 2022

HUGO DÍAZ AGUILERA

Se plasmó en esta columna la semana pasada las condiciones tan modestas en las que opera la oficina de un complejo minero que logró concretar con la Comisión Federal de Electricidad recientemente, al menos, un contrato de compraventa de carbón por 55 millones de pesos.

Es decir, lo anterior deja entrever o la poca importancia que prestan los inspectores encargados de supervisar las condiciones en las que operan quienes aspiran a convertirse en proveedores de la empresa de clase mundial, o bien una suerte de “disimulación” u operación vista gorda para pasar por alto deficiencias que deben corregirse para ser un proveedor digno de una empresa de la talla de CFE.

Y es que estimado lector (a), ¿es posible pensar que en un cuchitril de 16 metros cuadrados más menos, pudo haberse sostenido una plática para posteriormente dar lugar a la firma de los papeles con los cuales se suscribía el contrato de compra venta de carbón?

En la única visita que ha hecho el director general de la CFE, Manuel Bartlett Díaz (después de un mes del accidente) y al encabezar la tan ansiada conferencia de prensa cuando una compañera le lanzó la pregunta de cómo era posible otorgarle un contrato de esa magnitud a una empresa con oficinas en condiciones tan paupérrimas, la respuesta fue un cubetazo de agua fría y una auténtica burla a quienes hemos seguido de cerca el caso: “Estamos aquí para platicar acerca del operativo de rescate, eso concierne a otra dependencia que está  llevando la investigación”.

Durante la visita realizada por quien esto escribe al cuchitril habilitado como oficina,  aparte de apreciar que alguien se percató  de nuestra presencia gracias al sofisticado equipo de circuito cerrado de televisión, recibimos una llamada telefónica indirectamente.

Dicha llamada la tomé en un celular que me hizo llegar un joven que al verme me abordó y me dijo le hablan, al acercarme al móvil escuché en tono curioso: amigo, no tiene nada que andar haciendo ahí adentro, esa es una propiedad privada; pregunté quién hablaba y no encontré respuesta. 

Acto seguido me presenté y escuché todavía en un tono más curioso: ¡Ah Huguito, ya te conozco!… Lo demás ya no alcancé a escucharlo, pero el joven me lo repitió en un tono más amable: que no debía grabar más allá de la oficina porque los inquilinos de los otros cuartos no tenían nada que ver con el pocito.

Por cierto el joven también me dijo que su papá era el dueño del predio y que él desconocía  a quien le rentaba el cuarto 269 B de la calle Cuauhtémoc. En un análisis rápido con instinto reporteril saqué conclusiones: ¿Cómo es posible que el hijo del dueño de un predio como el mencionado trabaje en una empresa de mensajería?

Por cierto la pregunta relacionada con este cuchitril de la compañera reportera se la sortearon quienes encabezaron la conferencia.  Parafraseando a la Secretaria de Educación Pública los tres dijeron: “No puedo contestar eso”.