Ruben Aguilar Valenzuela
El sacerdote jesuita Javier Nicolás Tamaral nació en Sevilla, España, en 1687. Ingresó a la Compañía de Jesús el 23 de octubre de 1704 en su ciudad natal. En 1712, después de haber terminado la filosofía, vino a la Nueva España. Aquí estudió teología y se ordenó sacerdote. En 1716 hizo su tercera probación en Puebla de los Ángeles, la última etapa de formación de los jesuitas.
Sus superiores lo envían a las misiones de California en marzo de 1717. Llegó a Loreto y en 1720 funda la misión de la Purísima Concepción de Cadegomó donde permaneció 10 años. El padre Francisco Maria Pícocolo fue el primer jesuita que visitó esa región en 1712 cuando estaba en la misión de Santa Rosalía de Mulegé.
Tamaral funda la misión de San José del Cabo Añuití con el apoyo del padre visitador José de Echeverría, el 8 de abril de 1730. Es la más al sur de las que los jesuitas establecieron en California. La misión se establece en el sitio que los pericúes llamaban Añuití. Se dedicó a San José. El padre en la misión congregó a indígenas que vivían de manera aislada en la zona.
En un inicio la iglesia y la casa se construyeron con materiales frágiles y perecederos cerca de la playa en el lugar donde ahora está el poblado de La Playa. Después el misionero toma la decisión de cambiar la ubicación a un sitio ocho kilómetros territorio adentro lugar en el que ahora está San José Viejo.
El marqués de Villapuente de la Peña, que nace en 1670 en Muriedas, Santander, y muere en 1739, en el Colegio Imperial de los Jesuitas en Madrid, fue mecenas de la nueva edificación. En 1734 estalla la que se conoce como la Rebelión de los Pericués que se prolonga hasta 1737. Los historiadores sostienen que el levantamiento es una reacción al abuso de poder de los conquistadores y las autoridades españolas.
A esto se añade el deseo de ciertos grupos de indígenas de volver a sus tradiciones y costumbres que habían sido alteradas por el trabajo misional de los jesuitas. Al parecer la mecha que prende el fuego es la reprimenda pública que el padre Carranco hace, en la misión de Santiago de los Coras, al cacique indígena Botón por tener varias esposas.
Las crónicas españolas de la época dicen que éste, para cobrar venganza de la afrenta pública, va a Yenecá en busca de un mulato de nombre Chicorí que había raptado a una joven cristiana de la misión de Añuití. Botón y Chicorí se alían para intentar revertir los cambios que la colonización europea había llevado a cabo en esas tierras. El plan de los sublevados era asesinar primero a los soldados, después a los misioneros y finalmente a los indígenas conversos al cristianismo.
En septiembre de 1734, los rebeldes dan muerte a un soldado de la misión de Todos Santos y después a otro que custodiaba la misión de Airapí. El padre Carranco enterado de los hechos envía una escolta de indígenas a la misión de San José del Cabo Añuití, para que el padre Tamaral, con la protección de estos, se traslade a la misión de Santiago de los Coras. Este se niega a dejar la misión que atendía. El 2 de octubre de 1734 los indígenas levantados asaltan la misión de Santiago de los Coras Aiñiní y dan muerte al padre Carranco.
Al día siguiente ese mismo grupo de pericúes se dirige a la misión de San José del Cabo Añuití, donde acaba de oficiar la misa el padre Tamaral. Cuando ya se encontraba en su casa, a un costado de la iglesia, entran y lo sacan arrastrando. Lo agreden con flechas y ya moribundo uno de los alzados lo apuñala “con un cuchillo largo”, que el padre le había regalado. Era el 3 de octubre de 1734.
La iglesia y la casa fueron destruidas y se abandona la misión. Ahora lo único que se conserva de lo que fue la construcción son los dibujos que hizo el padre jesuita Ignacio Tirsch. En la misión de Todos los Santos, el padre Segismundo Taraval fue avisado por los nativos conversos de lo ocurrido a los padres Carranco y Tamaral. Entonces huye hacia la misión de La Paz y posteriormente a la Isla del Espíritu Santo y finalmente viaja a la misión de Dolores.
Desde aquí da aviso al padre superior de las misiones Clemente Guillén, radicado en la misión de Loreto, de la muerte de los sacerdotes y de 27 nativos conversos en la misión de Todos Santos. El padre Guillén da aviso al virrey del alzamiento indígena y ordena a todos los misioneros concentrarse en la misión de Loreto para salvaguardar su vida. El capitán Esteban Rodríguez Lorenzo decide concentrar las escasas fuerzas con que contaba en la misión de San Ignacio en previsión de un levantamiento de los cochimíes.
Ante la gravedad de los sucesos los padres pidieron ayuda a los jesuitas de las misiones de Sonora y también al virreinato. Los jesuitas reaccionaron con rapidez y enviaron cien indios flecheros y 25 soldados.
En cambio el virrey, quien no la llevaba bien con los jesuitas, negó al principio la ayuda con el pretexto de que solo el rey podía autorizarla. Posteriormente decidió enviar a Manuel Bernal de Huidrobo, gobernador de Sinaloa, para acabar con la insurrección. A finales de 1735, el gobernador apresó a varios indígenas quienes dieron los nombres de los sublevados. Así como capturaron alrededor de 25 culpables a quienes se les condenó al destierro. Durante el trayecto a la contracosta – narra el padre Venega – trataron de amotinarse y los soldados abrieron fuego sobre ellos, dejando solo dos con vida, mismos que murieron en el destierro.
En 1737, la Corona española estableció en San José del Cabo un presidio para contener los alzamientos indígenas, al que se destinaron 30 soldados. A estos se les ordenó funcionar de manera independiente y sin injerencia de los misioneros.
El jesuita Miguel Venegas publica en Madrid Noticias de la California y su conquista temporal y espiritual, que tiene un gran éxito en 1757. Al texto lo acompañan imágenes, entre ellas, de los asesinatos de los padres Carranco y Tamaral. La edición en inglés aparece en 1759, la holandesa en 1762, la francesa en 1767 y la alemana en 1770.
El historiador Ignacio del Río en su libro Conquista y aculturación de la California jesuítica, dice que “las crónicas (de época) describen la saña de los indígenas con el cuerpo de los misioneros que aún después de muertos fueron lapidados, vejados, desmembrados, arrastrados por la misión y finalmente quemados en una hoguera; el cuerpo del padre Carranco fue decapitado a golpes de piedra”.
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Hacia 1955 en San José Viejo, cuando los propietarios de un terreno excavaron en busca de agua, encontraron la campana original de la misión de San José.
Y en esa misma ocasión, en otra de las excavaciones, dieron con los restos del padre Nicolás Tamaral, su sotana, objetos personales y de la iglesia. El jefe de la familia que ahí vivía ordenó que todo se volviera a enterrar y que ya no se siguiera excavando “porque yo no deseo tener problemas con cosas de la Iglesia”.
En esa ocasión se marcaron los sitios de los hallazgos. En este lugar se encuentra la base de la nave principal de la iglesia original. Se ven también vestigios de una construcción adyacente que se piensa fue la casa del padre. Parte de la vivienda de la familia se encuentra sobre estos restos arqueológicos.
En 2007, el obispo de La Paz, Miguel Ángel Díaz, fue informado de la existencia de los restos del padre Tamaral y la ubicación original de la misión de San José del Cabo Añuití.
Twitter:@RubenAguilar