Con-ciencia y sin corbata

Hubris: cuándo creerse Icarus no es solo presunción
Por Emiliano Calvert
Subir en liderazgo sin freno puede ser como volar muy cerca del sol. No porque el sol queme, sino porque la arrogancia te hace olvidar que las alas se derriten. Bienvenido al fascinante y peligroso mundo del síndrome de hubris.
- ¿Qué demonios es eso del hubris?
El término viene del griego antiguo y es la mezcla letal de orgullo desmedido y sobreconfianza, con un ligero toque de desprecio por todo lo que no sea tu genio. Es esa “ceguera de éxito” que hace creer a alguien que es invencible.
David Owen, exsecretario británico de exteriores, lo estudió como un trastorno adquirido en líderes poderosos: impulsividad, desprecio por el consejo ajeno y pérdida de contacto con la realidad. Lo documentó en presidencias y primeros ministros británicos y estadounidenses.
Ojo, no es narcisismo clínico, es algo que ocurre después de cierto poder prolongado. El talento y la paranoia por el control pueden terminar convirtiéndose en autoengaño masivo.
- Personas vs. Equipos: hubris individual y grupal
- Individuos con hubris: un CEO que ignora críticas, cree que tiene la fórmula mágica y despacha los consejos con una sonrisa irónica. Su caída puede ser en picada, pero gradual: errores, decisiones enormes, pérdida de patrimonio y alma profesional.
- Grupos con hubris: se comportan como cultos corporativos. Según Atlassian, se forma una “cultura de autorreferencia” donde nadie cuestiona, no hay curiosidad externa y las relaciones con clientes o realidad desaparecen. Resultado: decisiones malas, repetidas y sin corrección.
Ese group hubris es como un pozo rápido: te atrapa en silencio, y cuando notas que estás dentro, ya te tragó el suelo.
- Casos reales (donde todos cerraron vista)
- Uber o Enron: dos empresas que volaron alto… hasta que su exceso de confianza los estrelló. El éxito reforzó creencias arrogantes, destruyó sensores de realidad y provocó decisiones suicidas.
- Ejemplos políticos: Neville Chamberlain creyó que Hitler se contentaría con una promesa de paz; Tony Blair siguió con la guerra sabiendo que no había estrategia. Ese es hubris puro: el fracaso no es solo resultado, es efecto de creer que eras invencible.
- ¿Se puede evitar el hubris?
Yes, pero necesitas humildad:
- Disciplina de contrapesos: juntas independientes, consejeros críticos, mecanismos de revisión real. Insead lo resume bien: sin humor, sin humildad ni dosis de realidad… el hubris se reproduce.
- Roles de “fiscalización” emocional: alguien que revise tu ego como quien revisa correos urgentes. No para darte palmadas, sino para decirte “ya parale, estás en modo Icarus”.
- Checkpoints familiares o externos: líderes que confían en su círculo cercano amigos, familia, excolegas normalmente ayudan a detectar señales antes de que exploten. Esa red real y no jerárquica es tu alerón amarrado a la humedad del ego.
- Hubris en grupo: cuando todos creen ganar
Aquí entra el groupthink: la homogeneidad mental lleva al “sí, jefe”, al “mejor no decir nada” y a ignorar datos fríos. El grupo se cree infalible… y se va al pozo.
¿Solución? Establecer roles específicos como el abogado del diablo y fomentar diversidad de criterio, invitando expertos de fuera o haciendo consultas sin filtro. Nunca más “decidimos porque sí”.
Resumen brutal (sin caretas)
Realidad incómoda | La verdadera lección |
El éxito es el mejor acondicionador… del ego | Checa tu ego antes de que el ego te chequee un día |
Volar alto + sin autocrítica = caída segura | Necesitas al menos dos frenos: debate sincero y humildad |
El equipo también puede drogarse con su orgullo | El groupthink es un club sin salida; romperlo salva |
En fin…
Si hoy te sientes imparable, cuidado: puede que no seas “visionario”, solo estés entrando en modo hubris on fire. Y ojo, el hubris no se detecta en tu foto de LinkedIn con los brazos cruzados, se detecta cuando ya nadie se atreve a decirte “oye, compa, la estás regando”.
La cura no es mística: es tener a alguien que te baje del pedestal con un “relájate, campeón” antes de que la caída sea impactante. Porque sí, volar alto está bien… siempre y cuando no termines como Ícaro versión corporativa: derretido, chamuscado y con tu ego en remate de segunda mano.