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28 de octubre de 2025
Opinión

Con-ciencia y sin corbata

Con-ciencia y sin corbata
  • octubre 28, 2025

La inteligencia del coraje

Por Emiliano Calvert

Hay emociones que llegan con alfombra roja y aplausos  como la alegría o el amor y otras que entran como un ladrón rompiendo vidrios a medianoche.

La ira, por ejemplo.

Esa sensación de calor en el pecho, mandíbula apretada y pensamiento en loop: “esto no es justo”.

La mayoría la etiqueta como mala. Pero, en realidad, la ira es como el fuego: depende de dónde la pongas. En una estufa, cocina. En una casa, destruye.

La ira no es el problema; es la forma en que la usamos.

Biológicamente, es una reacción espontánea ante la percepción de una amenaza o una injusticia. Es la alarma del cuerpo diciendo: “Oye, algo no está bien”.

Ahí entra todo: tu biología (hormonas, sueño, hambre), tu biografía (las veces que aguantaste sin decir nada), tu organigrama (sí, tu lugar en la cadena alimenticia corporativa) y hasta el clima emocional del lugar donde vives o trabajas.

Hay días en que la misma frase te resbala, y otros en que te prende como cerillo. No cambió la frase: cambió tu estado del cuerpo.

La ira, en el fondo, tiene su raíz en la tristeza.

De ese deseo de que algo fuera distinto. De una esperanza rota o una herida mal cerrada.

La injusticia, la oposición o el maltrato son solo detonadores; la pólvora la traemos dentro.

Por eso hay un tipo de ira que construye —la del que dice “esto no se vale” y cambia algo— y otra que destruye —la del que dice “esto no se vale” y se lleva a todos entre las patas.

La primera hace historia. La segunda deja ruinas.

¿Por qué nos enojamos tanto?

Porque estamos programados para buscar control. Y cuando lo perdemos en el trabajo, en la pareja, en el tráfico se nos sale el coraje.

Nuestra cultura lo aplaude cuando “defiendes tus límites”, pero lo condena cuando levantas la voz.

Paradójico, ¿no? Vivimos en un mundo que te dice “exprésate”, pero también “no hagas tanto drama”.

Y aquí entra su contraparte: la mansedumbre.

Suena a palabra de misa, pero es una de las virtudes más subestimadas.

No significa ser dejado, ni agachar la cabeza.

Significa tener poder bajo control.

La ira te da la energía; la mansedumbre te enseña a usarla.

Es la diferencia entre el boxeador que lanza golpes al aire y el que espera el momento justo para conectar uno solo, certero y limpio.

La mansedumbre no reprime: redirige.

Es lo que hace que un líder se calle cuando podría humillar, que un profesionista respire antes de contestar ese correo, o que alguien elija entender antes que explotar.

No es cobardía. Es estrategia emocional.

La ira te avisa; la mansedumbre te guía.

La primera te dice “hay algo que arreglar”. La segunda te enseña “cómo hacerlo sin incendiar todo”.

Porque hay injusticias que se corrigen con coraje… y otras que se ganan con temple.

En fin, la ira es humana. La mansedumbre, un arte.

Una sin la otra es incompleta.

Vivimos en una época donde todo se acelera: la indignación, la respuesta, la cancelación.

Y tal vez lo que más necesitamos no es menos coraje… sino más calma con propósito.