Con-ciencia y sin corbata
Hockey
Emiliano Calvert
Hay deportes que te explican la vida sin decir una sola palabra. El fútbol te enseña paciencia, el americano estrategia, el béisbol resistencia… y el hockey, bueno, el hockey te enseña cómo sobrevivir cuando el mundo se mueve a 50 km/h y el piso es tan resbaloso como una junta con tu jefe después de un mal trimestre.
Si nunca has visto hockey, te pasa lo mismo que cuando entras a un nuevo trabajo: todo se mueve, todos parecen saber qué hacen, las reglas son confusas, y tú estás ahí, parado, fingiendo que entiendes. Pero en realidad solo estás esperando que no te golpee nada.
Y aun así, aprendes.
Aprendes que en la vida —igual que en el hockey— los cambios son rápidos. Aquí no hay ceremonias ni discursos inspiradores: en 40 segundos ya están entrando otros tres tipos y tú ni cuenta te diste. Lo mismo pasa en la chamba: ese proyecto que te emocionaba, la estructura que jurabas estable, el plan 2025 que todos aplaudieron… cambio de línea. Y tú, a adaptarte en caliente.
Luego está el power play, ese momento en el que tienes ventaja. Ya sabes: cuando por fin traes inercia, dinero en caja, equipo motivado, o simplemente una racha de días buenos. Ahí es donde la mayoría se confía. En el hockey te lo explican fácil: si no tiras, si no presionas, si te pones creativo de más, la ventaja se muere.
La vida es igual. Las oportunidades no duran mucho. Se ejecutan o se pierden.
Pero mi parte favorita del hockey no es la velocidad, ni los goles, ni la locura de la afición cuando un defensa estrella revienta a alguien contra el cristal. Es otra cosa: las peleas.
No porque sean violentas, sino porque son honestas.
En el hockey, si te pasas, si provocas, si golpeas por detrás… el otro no te arma un correo pasivo-agresivo. No te pone un “lo revisamos en comité”. Tampoco te sonríe y te apuñala por la espalda.
No. Aquí se sueltan los guantes y se arregla en el hielo.
Dos minutos al box y cada quien sigue con su vida.
A veces pienso que ojalá las empresas funcionaran igual: menos drama, más claridad. Menos política, más responsabilidad directa. Resolver, seguir, avanzar. Imagínate poder mandar al “penalty box” al típico director que opina de todo y no hace nada. Sería poesía.
Y aun así, el mejor mensaje del hockey no está en la fuerza, sino en la resiliencia. Se caen, chocan, se revientan contra la pared y al minuto siguen patinando como si nada.
Es un recordatorio elegante de algo que ya sabemos: la vida no te pide que no te caigas; te pide que te levantes rápido.
Hoy, viendo un deporte que no entiendo del todo, confirmé algo que sí entiendo muy bien: todos estamos intentando jugar un partido que no domina nadie. Algunos van más rápido, otros golpean más fuerte, otros la pensaron mejor. Pero al final, todos estamos patinando sobre hielo fino, tratando de avanzar sin caernos.
Y quizá eso es lo más valioso: no entenderlo todo, pero seguir jugando.
