Banner

El medio que cubre todo Coahuila

25 de octubre de 2025
Opinión

Camino a Valinor

Camino a Valinor
  • octubre 9, 2025

La herencia de la mentira

José Inocencio Aguirre Willars

¡Hola! Muy buenos días, tardes o noches, dependiendo la hora en que me lean.
Todo comenzó con un avión. El famoso “Avión Presidencial”, ese Boeing 787 que fue convertido en símbolo de una supuesta cruzada moral, en el estandarte de la “austeridad republicana” y en el ejemplo más publicitado del gobierno que prometió no mentir, no robar y no traicionar. El problema es que, con el tiempo, el avión presidencial dejó de ser un emblema de humildad para convertirse en la metáfora perfecta de la simulación: mientras el pueblo veía cómo se rifaba un avión que nunca se rifó, los nuevos poderosos viajan en jets privados, con cargo al erario o pagados por supuestos empresarios amigos. Ahí comenzó a despegar la gran mentira.
La llamada cuarta transformación se presentó como un parteaguas moral, pero terminó siendo un modelo refinado de lo que siempre denunciaron, pero con otros nombres en las placas. Ahí tenemos, por ejemplo, a Gerardo Fernández Noroña, aquel que juraba ser “del pueblo”, fue exhibido viajando a nuestro estado en un avión privado de dos mil dólares por hora. En Morena, la austeridad fue solo para el pueblo; los lujos, para los elegidos. De la combi al jet, del discurso a la comodidad, del idealismo al cinismo.
El sexenio que se decía incorruptible terminó siendo un desfile de casos vergonzosos: Amílcar Olán, empresario tabasqueño y amigo de los hijos del presidente, movió millones antes de salir del país; Rutilio Escandón, exgobernador y hoy cónsul en Miami, acumula propiedades en el extranjero; y el senador Carlos Lomelí, señalado por contratos millonarios en la compra de medicamentos mientras los hospitales se quedaban vacíos. Morena no erradicó la corrupción: la refinó, la institucionalizó y la puso a nombre de sus compadres.
Las tres obras faraónicas del sexenio: El Tren Maya, convertido en monumento al ecocidio; Dos Bocas, en símbolo de improvisación; y el AIFA, en aeropuerto sin vuelos. Cada una representa una verdad incómoda: cuando el capricho sustituye al criterio técnico, lo que se construye no es progreso, sino deuda.
México cierra este sexenio con una deuda pública que supera los 16 billones de pesos. ¿No que no íbamos a endeudarnos?
El costo de la terquedad se mide en selva perdida, dinero tirado y oportunidades canceladas.
La austeridad también mató. Miles de familias siguen buscando medicinas que el gobierno dejó de comprar o distribuyó tarde. La ciencia fue reemplazada por obediencia, y el conocimiento se volvió sospechoso. El Conacyt, antes orgullo nacional, terminó siendo una oficina de lealtades políticas. La educación, la salud y la investigación fueron sacrificadas en nombre de un proyecto personal que confundió “pueblo” con “aplauso”.
Mientras tanto, aquí en Coahuila se gobierna con orden, rumbo y resultados.
Existe estabilidad, crecimiento e instituciones que funcionan. Mientras allá improvisan, aquí se planea. Y eso, en tiempos oscuros como los que vivimos, con la aplastante acumulación de poder centralizado, eso amigos míos es ya, una forma de resistencia.
El legado de un gobierno no se mide por sus slogans, sino por el país que deja atrás. Y el que deja la 4T es un México más endeudado, más dividido y con menos fe en sus instituciones. El avión presidencial fue sólo una cortina; detrás, el vuelo fue en picada.
Saludos a todas y a todos y por aquí nos vemos la próxima semana.