Daniella Giacomán
“Es que cuando leo, maestra, me siento libre”, dijo una tarde “Tadeo” al terminar un libro que la maestra Sandra Ríos Agüero le prestó como parte del voluntariado que realiza desde hace casi cinco años en centros de rehabilitación en Gómez Palacio.
Lo que un día comenzó como parte del Programa Nacional Salas de Lectura se convirtió en una misión entrañable, a la que pocas veces falta y que le ha dejado grandes aprendizajes.
“Hace casi cinco años empecé; fui a llevarles libros y compartir con ellos. Me empezaron a invitar a otros anexos, y actualmente voy a cuatro: uno de ellos es para chicas, uno es mixto y los otros dos son para hombres jóvenes y adultos,” comparte en entrevista para Grupo Región.
Y es que Ríos Agüero, originaria de Gómez Palacio, Durango, acude una hora por semana a cada anexo para llevar libros, hacer dinámicas, lecturas en voz alta y también compartir con ellos.
“La lectura les proporciona tranquilidad; muchos sufren depresión y ansiedad al llegar al anexo, pero los libros los transportan a otros lugares y les brindan bienestar”, comenta.
A decir de Sandra, esta labor se ha convertido en la mejor de sus experiencias, pues es una manera de ayudar, compartir con ellos, escuchar, no juzgar y ofrecer palabras de aliento.
“Eso es lo que hago durante todo este tiempo; ellos me esperan cada semana con ansias… Me da mucho gusto llegar y que me estén esperando con tanta emoción”, expresa.
Tardes de catarsis
A lo largo de sus andanzas por estos centros de rehabilitación, ha tenido muchas vivencias, entre ellas una que la dejó marcada.
“Un día que les llevé a los chavos un cuento en Kamichibai, y era el día del niño, les dije: ‘¿saben qué? hoy todos vamos a ser niños, vamos a recordar cuando teníamos ocho o nueve años’. Les leí un cuento en Kamichibai, un sistema de contar cuentos en un teatrito de madera que va pasando imágenes mientras se lee.
“Todos estaban muy emocionados: ‘¡Sí, maestra!’ Hicimos dinámicas de niños; yo quería que volvieran a su niñez por un ratito, pero cuando empecé a leer el cuento, varios de los chicos comenzaron a llorar, y no paraban… Híjole, ¿qué les digo?, no sabía qué hacer.
“Al terminar, no les dije nada, porque no me gusta cuestionarlos, pero al final, uno de ellos dijo: ‘Es que yo no tuve niñez, desde niño me metí a las drogas’; otro me comentó: ‘Es que extraño los momentos cuando jugaba futbol con mi papá, cuando era inocente, cuando no conocía este mundo’”.
Voces desde el anexo
-¿Cómo fue la primera vez que llegaste a un anexo?- se le pregunta en una mañana de jueves previa a su cita con mujeres en un anexo ubicado en el municipio de Gómez Palacio, Durango.
“Yo iba con un poco de temor; tenía miedo, pues nunca había ido a un lugar así, pero luego pensé: ‘no soy terapeuta, ni psicóloga, ni nada, solo soy lectora y voy a hacer mi trabajo’. Cuando llegué allí, para mi sorpresa, todos estaban muy atentos. Me dijeron: ‘Pásele, maestra, bienvenida, ¿qué le ofrezco?’ Me trataron muy bien”, comparte con el sentimiento a flor de piel.
Al interactuar de cerca con las mujeres que luchan contra las adicciones, surgió la idea de reunir en un libro sus testimonios, donde contaran su historia y mostraran a la sociedad lo duro que es el mundo de las drogas, pero que, con esperanza y mucha fuerza de voluntad, se puede salir de la oscuridad.
El libro titulado “Nuestra voz desde el anexo”, publicado en octubre de 2023, contó con la coordinación de Sandra Ríos y la asesoría de Claudia Soto y Elena Palacios.
“Son 16 autoras que nos platican sus experiencias; en este libro nos cuenta cómo se están recuperando. Esto es muy importante dar a conocer este mensaje”, explica.
Tardaron aproximadamente cinco meses en el proceso. Durante varias sesiones, les dejaba preguntas de tarea que ellas debían contestar para ir armando el libro.
“Ellas comentaban que, cómo una drogadicta iba a escribir, que nadie las iba a leer, que no valen la pena; tienen la autoestima muy baja. Sin embargo, una de ellas me dijo: ‘Es que, para sanar las heridas, hay que abrirlas. Tenemos que aprender a cerrarlas y que ya no nos duela’”, expone.
El libro “Nuestra voz desde el anexo” se ha presentado en diversos lugares, como Gómez Palacio, Durango Capital, Torreón, Saltillo, San Buenaventura y Ciudad Juárez, donde tuvo la oportunidad de acudir a un anexo y llevarles la lectura.
Dar el mensaje, lo importante
Además de promover la lectura, Ríos Agüero ha entendido que llevar el mensaje de prevención de las drogas es crucial. Ha recorrido escuelas, secundarias, preparatorias y universidades con este libro.
“Cada semana llegan de tres a cinco chicos a los anexos; es lamentable ver cómo llegan, y al paso de tres meses se recuperan. Creo en la recuperación en los anexos porque lo he visto, pero también depende mucho de las familias y de ellos mismos. Una vez que se es drogadicto, se es por toda la vida y tienen que estar luchando siempre. Por eso les dan el mensaje a los chicos en los testimonios: mejor ni se metan, porque una vez que lo prueban, su vida cambia.
“Yo sé que no puedo cambiar el mundo; me lo han dicho muchas veces, pero quizá mi entorno y el tuyo sí. Si muchos mejoramos nuestro entorno, aportamos un granito de arena en la sociedad. Empecemos con nuestra familia”, concluyó.