Eduardo J. De La Peña
La semana anterior en este espacio nos referimos al alarmante número de casos de violencia intrafamiliar que se registraron en Coahuila durante 2019, de acuerdo a estadísticas del Semáforo Delictivo Nacional. La tragedia acontecida el viernes diez en Torreón nos habla que el problema es aún más grave de lo que nos reflejan las de por sí alarmantes cifras.
Lo ocurrido en el Colegio Cervantes de Torreón nos habla de realidades como la descomposición social, la pérdida de valores, el poco aprecio por la vida, pero sobre todo nos vuelve a dejar en evidencia como sociedad, pues no únicamente no supimos prevenir un hecho así, sino que además ahora no sabemos cómo reaccionar.
La inercia lleva a buscar culpables, y de ahí se pasa casi imperceptiblemente a las polémicas, en muchos casos estériles, que si lo permitimos pronto nos distraerán nuevamente y la atención se centrará en algún otro tema sin haber hecho nada realmente para atender el fondo de esta enfermedad social.
Hoy se lleva al centro de la discusión el operativo mochila, al grado que estrategias de ese tipo se someten a la revisión de la Comisión de Derechos Humanos, e incluso hasta de la Suprema Corte.
Esto ocurre en parte porque pretendemos que en todo haya soluciones pragmáticas, materiales, simples, como si el revisar lo que los niños y jóvenes llevan a la escuela fuera a cambiar las cosas.
No es lo que cargan en las mochilas lo que debemos cuidar, ¿qué cargan en su mente, qué les pesa en el alma?, de eso tendríamos que ocuparnos, primero en el entorno familiar y luego en el social.
Esto no depende de una revisión física, sino de algo mucho más complejo: la comunicación en el hogar, el dialogo, la convivencia, compartir tiempo, expresar anhelos, deseos, frustraciones.
La tecnología con sus increíbles avances, y sus innegables aportaciones y ventajas, sin embargo tiene también efectos nocivos al volvernos dependientes, insensibles, aislados.
Se pierden habilidades sociales tan elementales como la conversación frente a frente, el dialogo, el abrazo solidario. Conceptos como la palabra que conforta, el silencio comprensivo, el acompañamiento y la empatía parecen hoy en día obsoletos, y sin embargo nos urge rescatarlos para dejar de destruirnos.
No depende del gobierno. No depende de la escuela. Tiene que ser un esfuerzo individual, un compromiso colectivo.