Luis Guillermo Hernández Aranda
Mi papá fue contador público. Recuerdo que siempre tuvo más de dos trabajos. Cuando apenas tenía cuatro años él trabajaba de contador en una expresa de tiempo completo y por las noches después daba clases, además que llevaba algunas cuestiones contables por su cuenta.
Posteriormente dejó las clases y cambió de trabajo. Se convirtió en gerente de tres imprentas, dos en Torreón y una en Gómez Palacio. Además de que siguió llevando algunas contabilidades por su cuenta. Ese esfuerzo nos permitió a mi y a mi hermana estudiar siempre en escuelas privadas. Tanto la educación básica como la universitaria.
No fuimos ricos, pero nunca tuvimos la preocupación, como muchos mexicanos, de tener alimento en casa. Recuerdo que en los ochenta mi papá sufrió con las crisis de los gobiernos de José López Portillo y Miguel de la Madrid, e incluso con la crisis del 94 ya no pudo pagar las tarjetas de crédito y comenzó una larga negociación con los bancos que querían quitarnos nuestra casa.
Al igual que él yo he combinado mi trabajo en los medios de comunicación con la docencia, además de que me di tiempo de estudiar una maestría para obtener mayores ingresos en mi actividad académica. Tampoco soy rico, pero hago todo lo que sea posible para que a mis hijos no les falte nada.
Sobre todo, mi mayor preocupación es mi Guicho, quien sufre parálisis cerebral y todos los días toma anticonvulsivos que no son baratos. Gracias a mi trabajo los puedo comprar, pero cuando no los consigo en las farmacias me comienzo a angustiar ante la posibilidad de un desabasto. Así que entiendo perfectamente la angustia de los papás que tienen a sus hijos con cáncer y que a pesar de sus denuncias el Gobierno Federal no soluciona el problema.
Aquellos que tenemos la bendición de ser padres siempre haremos todo por nuestros hijos. Como lo haremos por cualquier familiar. El desear que todos vivan bien es un principio del humanismo. Finalmente nadie viene al mundo a sufrir, aunque ahora parece que el Gobierno Federal apuesta por que olvidemos nuestros sueños.
Si usted sueña con mejorar su condición de vida en automático es una mala persona. Si usted exige que haya medicamentos en los hospitales público no quiere ver a su hijo sano, sino que en realidad usted planea un golpe de estado.
Si usted piensa, lee libros, portales y cuestiona cada mañanera es un mal mexicano y un “conservador”, egoísta perteneciente a esa clase media que ayer buscó enamorar Andrés Manuel López Obrador para llegar a la presidencia y hoy la aborrece, aunque no le hace el feo a los impuestos que paga la clase “aspiracionista”.
El gobierno federal apuesta por la polarización, por desviar la atención ante la incapacidad de solucionar problemas. Yo prefiero ser de una clase media que sale todos los días a trabajar por amor a su familia y que busca construir una mejor sociedad en vez de destruir con discursos contra los niños enfermos, contra una clase social, finalmente cuando se vive en un Palacio no hay preocupaciones de alimentos y medicinas y menos cuando se vive por décadas del erario público.
@lharanda