Banner

El medio que cubre todo Coahuila

18 de marzo de 2025
Opinión

Duermevela

Duermevela
  • marzo 18, 2025

Hablar como acto de resistencia

Cyntia Moncada

La voz se rompe antes de subir al escenario. Días antes, semanas antes. Duda, miedo, ansiedad. La sensación de que cada palabra pesa toneladas, de que no importa cuánto te hayas preparado, hay algo en ti que no está listo. Y no porque falte trabajo, sino porque el patriarcado siempre encuentra una manera de despojarnos de la certeza.

Ensayé cada línea, cada pausa. Sabía el ritmo de mis propias frases. Pero mi cuerpo, ese territorio invadido, no terminaba de confiar en mí. Palpitaciones, insomnio, un temblor mínimo en la mano derecha. ¿Y si me equivoco? ¿Y si no logro transmitir lo que quiero? ¿Y si no es suficiente? La duda, esa compañera persistente que nos siembran a las mujeres desde que tenemos uso de razón, se instala en la mente.

No es falta de preparación. Lo sé porque he visto a tantos hombres pararse en escenarios con menos que decir y menos herramientas para decirlo. Porque por cada mujer que duda de sus capacidades hay cuatro hombres que hacen su trabajo con menos pericia y menos miedo —leí hace poco. Porque a nosotras se nos exige excelencia mientras ellos navegan con la confianza de quien pocas veces ha tenido que demostrar nada.

La ansiedad y la depresión no son accidentes. Son el resultado de un sistema que nos hace dudar, que nos quiere calladas, que nos entrena para la autocensura. Y a veces, basta un embate del patriarcado para perder la voz. Pero si algo he aprendido es que perder la voz no es lo mismo que perder el mensaje. La voz se entrena, se recupera, se defiende. Y cuando llega el momento, se usa.

Yo tenía una voz que me enseñaron a usar desde que era niña. Me enseñaron que mis palabras importan, lo hice desde la escritura y desde la voz. Pero hace un tiempo, aún sin entender del todo por qué, estuve en un lugar donde me trataron de convencer de que mis palabras no eran importantes, y a través de actitudes violentas fueron mermando poco a poco mi autoestima. Cada día, por diferentes razones, me hicieron creer que lo que tenía que decir no valía la pena. Y aunque luché, esa certeza que siempre había tenido se fue desgastando hasta que salí de ahí.

La batalla no terminó con mi salida. Recuperarme me tomó muchos días de trabajo en mí. Hablar en público fue uno de los momentos en los que más sentí cómo mi autoestima estaba por los suelos. Me temblaba la voz, las palabras salían atropelladas. Así que tuve que cancelar cualquier interacción en público porque, simplemente, no podía.

Pero hace unos días me enfrenté a mi miedo nuevamente.

Subí al escenario. La luz, el micrófono, el eco de mi propio nerviosismo. Y hablé… Con miedo, con rabia, con la certeza de que cada palabra dicha era una batalla ganada. Porque hablar no es solo decir, es existir, es ocupar un espacio que durante siglos nos dijeron que no era nuestro. Y esta vez, era mío.

Terminé mi charla en TEDx Universidad Carolina con la garganta seca, pero con la convicción intacta. Fue un momento que significó mucho para mí, no solo porque logré hablar, sino porque cada palabra pronunciada era una victoria sobre el miedo, una cicatriz cerrando, una prueba de que la voz, aun después de haber sido rota, puede renacer con más fuerza. Porque la duda no desaparece, pero tampoco nos define. Y porque, aunque el patriarcado insista en hacernos creer que no podemos, aquí estamos. Hablando. Resistiendo. Demostrando que nuestras palabras son más grandes que el miedo.