Saltillo, Coahuila / 23 julio 2018
Tras la noticia
Por: Alfredo Dávila Domínguez
El miércoles de la semana pasada murió María Herrera. Ella fue la primera y la más importante lideresa de colonias populares en Coahuila en los últimos cuarenta años. Perteneció a una casta de mujeres y hombres – muy pocos éstos – que han utilizado los políticos de todos los partidos, en particular el PRI, para mantener el control en los centros de población mas populares, y populosos, y como consecuencia, obtener los votos necesarios en los tiempos de elecciones.
Aunque como apuntaba antes, la figura de las lideresas de colonias nació en el esquema priísta de control político, y se asocia de manera automática a ese partido, lo cierto es que en la medida que fueron teniendo acceso al poder otros partidos políticos de derecha, izquierda y demás, no han tenido empacho alguno en utilizar a estas personas que cuentan con el carisma, el liderazgo innato y el conocimiento de las necesidades del pueblo, que no poseen los dirigentes y candidatos de los partidos políticos con registro.
Doña María fue el prototipo de las lideresas. Una mujer dura, durísima dirían algunos, surgida de las entrañas populares, nació en el barrio del Ojo de Agua en Saltillo, poseedora de la sabiduría ancestral de los habitantes primigenios de estas tierras y consciente de los abusos del poder público siempre en perjuicio de los más débiles. “Doña Mary” como la llamaban sus seguidores, pronto se convirtió pronto en la figura de su nuevo barrio: la colonia Mirador.
Situada en las faldas del Cerro del Pueblo – lugar emblemático de la capital de Coahuila -, la Mirador fue en sus inicios el típico asentamiento irregular, carente de todos los servicios públicos, al que llegó María Herrera luego de casarse a los 13 años de edad. Su primera lucha popular se dio encabezando las demandas de los vecinos por tener el servicio de agua potable, lo que consiguieron a través de un buen tiempo de marchas y plantones frente a la Presidencia municipal. Ahí, doña María entendió a la perfección el mecanismo que durante toda su vida utilizó para obligar a los funcionarios a cumplir con su deber.
Pronto la clase política de entonces, oportunista y rastrera como la de ahora, se percató del potencial de doña María y, a través de negociaciones que generalmente tenían como moneda de cambio los servicios públicos que los gobernantes estaban obligados a otorgar, le utilizó para tener a raya a otros movimientos que iban más allá de las simples demandas de servicios – y que cuestionaban la inmoral alianza del poder político y económico que siempre ha prevalecido en esta ciudad – y para asegurar el voto que les permitiera seguir en el poder.
Yo conocí a doña María Herrera en el apogeo de su carrera, a mediados de la década de los años ochentas. Entonces su influencia era inmensa y ya contaba con todo un ejército de fidelísimos seguidores y, también con muchas imitadoras que seguían sus pasos y sus maneras de operar a favor del partido de sus amores: el PRI. Políticos y gobernantes, candidatos a cualquier puesto de elección popular desfilaban por la casa de María Herrera para obtener su visto bueno.
También era proverbial su mal humor y su lenguaje liso y llano, como habla el pueblo. Muchos reporteros obtuvimos de ella una sonora mentada de madre como respuesta a alguna pregunta que le parecía inoportuna y con dolo. Fue una mujer de su tiempo y sus circunstancias, vilipendiada y criticada, las más de las veces sin conocimiento de causa, por enemigos políticos y por académicos e intelectuales que sencillamente no podían comprenderle. Descanse en paz doña Mary.