El papa Francisco y la Curia Romana
Rubén Aguilar Valenzuela
Desde hace 10 años, cuando el papa Francisco asume su cargo, en marzo de 2013, su discurso de fin de año a la Curia Romana, la estructura de gobierno de la Iglesia católica, es recibido con mucho interés dentro de la Iglesia, pero también por la prensa internacional.
El pasado 21 de diciembre, el papa inició su intervención diciendo que el título “de esta alocución es ben-digan y no mal-digan”. Dijo que hablar bien de los demás y no hablar mal de ellos “es algo que nos concierne a todos, incluso al papa —obispos, presbíteros, consagrados, laicos— y en lo que todos somos iguales. ¿Por qué? Porque toca nuestra humanidad”.
“El hablar bien y no hablar mal, es una expresión de la humildad, y la humildad es el rasgo esencial de la Encarnación, en particular del misterio del Nacimiento del Señor, que nos disponemos a celebrar. Una comunidad eclesial vive en gozosa y fraterna armonía en la medida en que sus miembros transitan por el camino de la humildad, renunciando a pensar y hablar mal de los demás”.
Recordó que hace 20 años en ocasión de una Asamblea diocesana, cuando era arzobispo en Buenos Aires, propuso seguir el camino de la humildad, tal como en su momento lo plantearon Doroteo de Gaza y los grandes padres de Iglesia Basilio y Evagrio.
En una de sus instrucciones, Doroteo dice que una actitud humilde es que cuando hay un problema y quien lo vive “se lo achaca a sí mismo, juzga que se lo ha merecido, no soporta reprochar a otro por ello, ni busca culparlo. Sencillamente lo soporta sin perturbarse, sin abatirse y en total calma”.
El acusarse a sí mismo, dice el papa, no busca nunca culpar al otro de los problemas que se presentan. Y afirma que al preguntamos, “¿qué es lo que está en la base de este estilo espiritual de acusarse a sí mismo? En la base se encuentra el abajamiento interior, marcado por el movimiento del Verbo divino, la synkatabasis o condescendencia. El corazón humilde se abaja como el de Jesús, a quien contemplamos estos días en el pesebre”.
La actitud de la humildad, asegura el papa, debería ser considerada como una virtud teologal. “He aquí el fundamento de nuestro decir-bien: somos bendecidos, y como tales podemos bendecir. Somos bendecidos, y por tanto podemos bendecir”.
El papa está hablando a sacerdotes, religiosos y laicos con tareas administrativas y políticas en la gestión de la Iglesia y el Estado Vaticano, que esa es la responsabilidad de la Curia Romana. Es a estos funcionarios que les dice “ben-digan y no mal-digan”. Y que todos ellos trabajan con un mismo fin “bien-decir, difundir en el mundo la bendición de Dios y de la Madre Iglesia”.
Al personal de la Curia Romana, le dice que deben de ser coherentes que “no podemos escribir bendiciones y después hablar mal del hermano o de la hermana; eso arruina la bendición. Este es mi deseo: que el Señor, nacido para nosotros en la humildad, nos ayude a ser en todo momento mujeres y hombres bien-dicientes”.
Lo que el papa plantea a la burocracia de la Curia Romana, pienso que vale para toda estructura de gobierno, no es un tema de fe, es de la propia condición humana. Si las y los burócratas justifican sus deficiencias o errores culpando a los demás, estas estructuras nunca van a cambiar. Las burocracias deben asumir sus deficiencias y errores y con humildad aceptarlos, porque solo así se puede cambiar, para mejorar.
@RubenAguilar