Con-ciencia y sin corbata

Tus mecanismos de defensa también trabajan horas extras”
Emiliano Calvert
(Lecciones reales de Factor Humano para no volverte loco en la oficina)
Esta semana en mi clase de Factor Humano vimos algo que todos vivimos, pero pocos entendemos: los mecanismos de defensa.
Esos trucos mentales que activamos sin darnos cuenta cada vez que la realidad nos raspa el ego o nos incomoda.
La nota técnica los describe como una forma de “sistema inmunológico de la mente”: protegen, sí, pero también pueden volverse obstáculo si se exageran. En cristiano: sirven para sobrevivir, pero usados en exceso, nos dejan atrapados en modo “autoengaño productivo”.
Y seamos sinceros, en el trabajo todos tenemos nuestro “mecanismo favorito”:
- El que niega (“no estoy cansado, solo tengo sueño de éxito”).
- El que proyecta (“mi equipo anda flojo”, cuando el flojo eres tú).
- El que racionaliza (“no era el proyecto ideal, era una prueba del universo”).
- El que desplaza (“mi jefe me gritó, pero yo le grito al barista porque no me sonrió”).
Y dejemos algo claro: no se trata de eliminar las defensas, sino de usarlas con madurez. Y eso solo se logra con las facultades que el ser humano ya trae instaladas de fábrica: inteligencia, voluntad, libertad y sentido. O sea, pensar, decidir, elegir y sentir sin huir del golpe.
El problema es que, cuando el miedo o la culpa nos rebasan, la mente se inventa un atajo para no enfrentar lo incómodo. Y ahí se distorsiona la realidad. Dejamos de ver con claridad, nos justificamos con elegancia y hasta creemos que “todo está bajo control”. Pero en el fondo, lo que hay es pura tensión emocional sin procesar.
Aristóteles le llamaba phronesis: la prudencia práctica, esa virtud que permite deliberar bien en medio de pasiones contrapuestas. O sea, sostener la tensión sin romperte.
Porque madurar no es evitar los conflictos internos, sino aprender a dialogar con ellos.
Y ojo: no hay liderazgo sin conflicto interno. Liderar es vivir en la cuerda floja entre lo que quieres y lo que debes, entre tus valores y las presiones del entorno, entre la imagen que proyectas y las emociones que callas.
Por eso, el reto no es eliminar tus defensas, sino reconocerlas.
No se trata de reprimirte, sino de entenderte.
Dejar de justificar tus decisiones como “profesionalismo” y empezar a nombrarlas por lo que son: miedo, inseguridad, orgullo o deseo de aprobación.
Una de las mejores enseñanzas de la sesión fue : los mecanismos de defensa no son buenos ni malos. Lo importante es la capacidad que tenemos para manejarlos y convertirlos en crecimiento personal.
Así que la próxima vez que quieras justificar una reacción, respirar profundo y decir “todo bien” mientras tu ojo tiembla de estrés… recuerda: tu mente no te está traicionando, solo te está pidiendo que madures.
Y hacerlo sin berrinche y con café en mano ya es media batalla ganada.