Con-ciencia y sin corbata

El que no corre, no juega
Emiliano Calvert
En todo equipo siempre hay un personaje que parece que viene de un comercial de Nike: talento puro, estilo de crack, movimientos elegantes… hasta que le toca correr. Ahí se hace el occiso, se acomoda las calcetas o voltea a reclamarle al árbitro. Y claro, todos terminamos pensando: “este cuate juega bonito, pero no juega en serio”.
En la oficina también abundan esos Ronaldinhos de pasillo: brillan en las juntas, sueltan frases motivadoras, presumen maestrías, pero cuando llega la hora de meterle pierna al Excel o sudar con el cliente… desaparecen.
El psicólogo Anders Ericsson, padre del famoso concepto de las 10,000 horas de práctica, nos dice que el talento sin disciplina es puro cuento. No importa qué tan dotado seas: si no repites, entrenas y te esfuerzas, te quedas a medio camino. Y como bien dice Ángel Gabilondo, “el talento no es nada sin la perseverancia que lo alimenta”.
Ejemplos sobran. Ronaldinho nos hizo soñar en el Barça, pero cuando dejó de entrenar como antes, se apagó más rápido que las pilas de un control remoto barato. James Rodríguez se ganó el mundo en 2014, pero su carrera se estancó porque confundió talento con licencia para relajarse. En cambio, jugadores como Luka Modrić que no es precisamente el más atlético se mantienen en la élite porque corren aunque ya tengan canas en las cejas.
En empresas pasa igual: los equipos de alto desempeño no están formados por genios de café que tiran ideas brillantes y luego se escondieron. Están formados por gente que, con talento o sin tanto, está dispuesta a correr cada jugada, aunque no sea la que termina en el gol de portada.
Así que la próxima vez que te quieras escudar en tu “talento natural”, recuerda lo que decía Woody Allen: “80% del éxito consiste en simplemente estar ahí”. Estar ahí significa correr, sudar, aguantar el desgaste.
Porque sí, está chido ser crack, pero de nada sirve si tu currículum parece Champions y tu día a día parece Interescuadras del recreo. Al final, en el futbol y en la oficina, la regla es la misma: el que no corre, no juega… y el que no juega, se queda contando historias en la banca.