Con-ciencia y sin corbata

Costos: entre el Excel del contador y la realidad de la oficina
Emiliano Calvert
Pocas cosas generan tanto dolor de cabeza en las empresas como la eterna pregunta: ¿cuánto cuesta realmente lo que hacemos? Y no, no hablo de la cheve en la carnita asada de los viernes, sino del costo de fabricar, vender o dar un servicio.
Existen dos sistemas que son la base de todo pleito entre contadores y gerentes: el costeo absorbente y el costeo directo. Suenan aburridísimos, pero si los aterrizas al día a día, son tan comunes como decidir entre pagar Netflix individual o cooperar con roomies.
Costeo absorbente: el “todo incluido”
El costeo absorbente es como ese paquete vacacional que parece barato, pero ya trae escondido hasta el café aguado de las mañanas. Aquí, el producto absorbe todo: materiales, mano de obra y también los costos indirectos (renta, luz, supervisión, etc.).
Ejemplo de la vida godín: tu jefe cree que un proyecto salió “baratísimo” porque solo cuenta las horas del equipo. Pero el costeo absorbente diría: “Papá, súmale la renta del coworking, las horas extras de IT y hasta el café que nos empujamos para no dormirnos en la junta”. Todo eso se carga al costo real.
La bronca: asignar bien esos “indirectos” es complicadísimo. Es como dividir la cuenta de un antro: todos disfrutaron, pero nadie sabe cuánto se debe de la botella, del hielo y del cover.
Costeo directo: el “lo que se mueve, se cobra”
El costeo directo es más minimalista. Solo cuenta los costos variables (los que cambian según cuánto produces o vendes). Los fijos como renta o sueldos administrativos se van directo al gasto del periodo.
Ejemplo cotidiano: vas a la taquiza con tus amigos. Si llegan 10, compras 1 kilo de carne. Si llegan 20, compras 2 kilos. Eso es costo variable. La bocina que compraste para ambientar… ya es fija: la usas con 5 o 50 invitados.
En lo empresarial, el costeo directo sirve para ver el margen de contribución y decidir rápido: ¿conviene aceptar un pedido extra con descuento? ¿Vale la pena meterle overtime al taller? Aquí el Excel se vuelve más táctico: deja ver si un negocio “coopera” o solo ocupa espacio.
Entonces, ¿cuál conviene?
El absorbente es como la contabilidad “oficial”, la que piden los auditores y Hacienda. Da una foto completa del inventario y es más formal.
El directo es más “underground”: la herramienta del gerente práctico que necesita tomar decisiones rápidas sin perderse en burocracia.
La realidad es que ambos se complementan: uno para mostrar a los de arriba (y que todo cuadre en los reportes), y otro para sobrevivir al día a día sin que tu margen se desaparezca en indirectos invisibles.
La lección para los mortales
Un sistema de costos es como el GPS de la empresa: puede ser Waze con actualizaciones al minuto o un mapa impreso de 1995. Si está mal diseñado, te manda directo al tráfico. Un mal costeo arruina decisiones, aunque todo lo demás funcione bien.
- Un sistema claro evita que tu proyecto estrella termine siendo un “business case” de terror.
- Te ayuda a pelear con argumentos (y números) cuando tu jefe quiere que todo salga “gratis”.
- Y sobre todo, evita que confundas “ganar clientes” con “regalar la casa”.
En fin…
Al final, tanto el costeo absorbente como el directo son maneras distintas de responder a la misma pregunta: ¿cuánto neta nos cuesta hacer lo que hacemos?
Porque en la vida como en la empresa, no es lo mismo decir “me salió barato” cuando solo cuentas la carne, que darte cuenta de que ya pagaste tortillas, refrescos, propina… y hasta Uber de regreso. Y ahí, mi estimado lector, es cuando descubres que, sin un buen sistema de costeo, la fiesta no sale tan divertida como parecía en la invitación.