Con-ciencia y sin corbata

Prepa-radas para el cambio
Emiliano Calvert
Este fin de semana, la vida me regaló una de esas postales que te bajan el ego, te sacuden el alma y, de paso, te invitan a comer bien. Resulta que la Primaria México del Ejido Jalpa (sí, ese Jalpa entre cerros y esfuerzo, en General Cepeda) me invitó a ser padrino de generación. Y no cualquier padrino: uno bien recibido, con aplausos, sonrisas, cartulinas hechas con amor y gorditas de frijol y picadillo que, francamente, me hicieron sentir más honrado que si me hubieran dado la medalla Belisario Domínguez. Ahí estaba yo, tratando de verme serio mientras los ahijados me veían como si fuera una mezcla entre funcionario y superhéroe (y yo apenas siendo un tipo que desayunó en chinga para llegar a tiempo). En fin… traté de compartirles tres ideas antes de que el sol los derritiera: Uno. Que estudiar es clave. No para ganarse un título que cuelgue bonito en la sala, sino para abrir la mente, los caminos y, con suerte, evitar jefes nefastos. Que no se trata solo de ser profesionistas, sino humanos más despiertos. Y sí, eso empieza con libros, tareas y no dormirse en clase. Dos. Que hablen con sus papás. Porque la secundaria no solo llega con mochila nueva, llega con hormonas, dudas, acné y dramas existenciales. Y ahí, más que likes, uno necesita consejos de mamá, chanclazos de papá o al menos alguien que te diga “tranqui, no eres el único raro de 13 años”. Tres. Que hagan deporte. No para ser Messi ni Paola Longoria, sino para mantenerse lejos del combo ‘vicio y descontrol’. Correr, sudar, competir… todo eso limpia la cabeza más que cualquier retiro espiritual con incienso. Porque el cuerpo activo ayuda a que el corazón y la mente no se pudran. Hasta ahí iba bien, según yo. Pero lo que de verdad me voló la tapa del cráneo fue lo que me contaron después. Durante la pandemia, muchos alumnos batallaron para seguir la primaria. Sin internet, sin computadora, sin privacidad. Solo con ganas… y a veces ni eso. Pero la sacaron. Con ayuda de papás, maestros y ese sentido de comunidad que ya quisiéramos en la mayoría de las colonias fifís. Y luego viene lo que parece cuento, pero es 100% real: la prepa del ejido estaba por cerrar. Solo había 2 inscritos. Se necesitaban 10. ¿Y qué hicieron? Las mamás se metieron. Sí, leíste bien. Las señoras que cocinan, limpian, trabajan y educan… también estudiaron. Todo para que sus hijos no perdieran la oportunidad de tener preparatoria en su comunidad. A mí me dicen que no hay héroes y me acuerdo de esas mujeres. Así que sí, fui padrino de generación. Pero los apadrinados me dieron una clase entera. Me enseñaron que donde hay voluntad, hay futuro. Que la educación sí cambia vidas, pero solo si hay una comunidad dispuesta a luchar por ella. Y que hay lugares donde el trabajo en equipo no es discurso, es desayuno, aula y sacrificio diario. En fin…: Así que sí, fui padrino de generación… pero salí siendo aprendiz de una comunidad que entendió algo que a muchos nos cuesta toda una vida: que cuando se trabaja en equipo, no hay excusa que sobreviva. Porque mientras medio país sigue esperando que alguien más resuelva sus broncas, en Jalpa las mamás se inscriben a la prepa para que los hijos de todos puedan estudiar. No pidieron permisos. No hicieron marchas. No redactaron manifiestos. Actuaron. Y mientras sigamos ignorando que las verdaderas revoluciones nacen en escuelas rurales, con maestras de corazón enorme, niños con sueños gigantes y mujeres que no conocen la palabra rendirse… seguiremos confundiendo “progreso” con “PowerPoint”. Jalpa no necesita influencers. Jalpa necesita altavoz. Porque ahí, sin hashtags, ya están cambiando su mundo.