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12 de diciembre de 2025
Opinión

Con-ciencia y sin corbata

Con-ciencia y sin corbata
  • diciembre 11, 2025

La paciencia apremia

Emiliano Calvert

La vida adulta tiene un chiste cruel: todo mundo te exige paciencia… justo cuando menos la tienes. Es como si el universo funcionara con la lógica del cajero de banco: “espere tantito joven”, justo cuando llevas prisa, hambre y tres pendientes mentales peleándose por ver cuál te truena primero.

Pero aquí va la ironía fina: la paciencia apremia.

Sí, apremia. Urge. Corre. Se vuelve un recurso estratégico. Y no porque seas zen, sino porque sin ella te vuelves ese adulto que toma decisiones como cuando tenías 17: rápido, emocional, y casi siempre equivocado.

La paciencia no es pasiva. No es sentarte en posición de flor de loto a ver si el SAT te contesta o si tu crush por fin responde el “¿qué haces?”. La paciencia inteligente es otra cosa: es aguantar el impulso de arruinarlo todo en el minuto 18 del primer tiempo… porque sabes que el partido se gana en el 78.

En México confundimos serenidad con lentitud, pero la verdad es que tener paciencia es tener control. Es ese espacio entre sentir y reaccionar, donde cabe la estrategia, donde filtras tus emociones, donde frenas el impulso de mandar el correo que te va a perseguir dos años.

La paciencia apremia porque te permite no caer en la trampa del “todo ya”, que es el equivalente contemporáneo de jugar Jenga con las dos manos temblando.

La paciencia apremia cuando quieres crecer, porque nada grande se cocina en microondas: ni tu cuerpo, ni tu carrera, ni tus relaciones, ni tu paz.

Apremia cuando estás cansado, porque es justo ahí cuando decides desde el ruido y no desde la claridad.

Apremia cuando te quieres ir, renunciar, cortar, mandar todo al carajo… porque ahí, justo ahí, un minuto más puede ser la diferencia entre actuar con dignidad o actuar como loco emocional.

Y sí, todos queremos resultados exprés. Queremos problemas que se resuelvan como TikToks, en 12 segundos. Queremos claridad inmediata, éxito inmediato, señales inmediatas. Pero la vida (esa necia) trabaja con buffering. No siempre lento, pero jamás a tu ritmo.

La paciencia apremia porque te da margen. Y el margen te da poder.

Poder para ver mejor. Para medir mejor. Para no sobre-reaccionar. Para construir. Para aguantar. Para mover ficha cuando de verdad toca, no cuando te picó la ansiedad.

Y aquí entre nos: la paciencia apremia porque todo lo que vale la pena te pide una prueba antes de entregarse. Tu carácter, tu proyecto, tu relación, tu crecimiento… todos te preguntan lo mismo:

“¿Vas a aguantar el proceso, o solo buscabas el final?”

Porque ser paciente no te hace lento. Te hace peligroso.

Peligroso para los impulsos.

Peligroso para tus viejos hábitos.

Peligroso para el caos.

Peligroso porque, cuando eliges paciencia, eliges jugar a largo plazo… y ahí es donde ganan los que piensan, no los que queman pólvora.

Al final, la paciencia apremia porque la impaciencia cuesta. Cuesta relaciones, oportunidades, tiempo, dinero y paz.

La paciencia, en cambio, cobra barato… pero paga caro.

Y mañana que amanezca el mundo igual de apresurado, recuerda algo simple:

No es esperar por esperar. Es esperar con intención.

Porque lo que haces mientras esperas… define qué tan listo estás cuando por fin llega.