Con-ciencia y sin corbata
Titan: Cuando el ego implosiona antes que el submarino
Emiliano Calvert
La serie Titan: The OceanGate Disaster en Netflix no sólo es un documental. Es una clase de cultura organizacional disfrazada de tragedia, con efectos especiales cortesía de la realidad.
Y no, no es una película de ciencia ficción. Es la historia de cómo el ego de un fundador puede tener más presión interna que el océano Atlántico.
Spoiler sin culpa: cinco personas murieron cuando el submarino Titan implosionó durante una inmersión al Titanic. Entre ellas, Stockton Rush, CEO y visionario de la empresa OceanGate. Sí, el mismo que diseñó el sumergible. Sí, el mismo que lo piloteó. Y sí, el mismo que ignoró todas las alertas.
El fundador que quiso ser Musk… pero sin escuchar a nadie
Stockton Rush se veía como Elon Musk versión submarino. Un genio rebelde, disruptivo, visionario, y claramente, con alergia a las normas.
Decidió que las certificaciones eran innecesarias, que los ingenieros exageraban y que, si alguien cuestionaba el diseño, era porque no entendía su grandeza.
¿Su lógica? “Si quieres estar seguro, mejor ni te levantes de la cama”.
¿La mía? Si tu CEO dice eso y además maneja el aparato… corre, pero a la superficie.
Cultura de silencio técnico: cuando gritar “¡aguas!” no sirve
David Lochridge, director de operaciones marinas, detectó fallas en el casco. Alertó sobre crujidos, delaminación, sensores inestables.
¿Su recompensa? Lo despidieron.
¿El mensaje al resto del equipo? Aquí se viene a aplaudir, no a opinar.
Si una empresa castiga la voz técnica, no tiene futuro. Tiene cuenta regresiva. Porque la innovación sin disenso no es progreso, es ruleta rusa en alta mar.
El culto al CEO: liturgia, mantras y tragedias
La organización giraba en torno al líder como si fuera una iglesia: sin Papa, pero con Rush.
Los clientes no eran clientes, eran “especialistas en la misión” para saltarse regulaciones.
Las pruebas de seguridad eran “pérdidas de tiempo”.
Las certificaciones, “trabas del sistema”.
Y las opiniones externas, “ruido que distrae”.
OceanGate no era una empresa de exploración. Era un club exclusivo donde cuestionar al fundador te volvía hereje.
El submarino avisó. Pero nadie escuchó
Antes de implosionar, Titan ya había dado señales: vibraciones, fallas eléctricas, sonidos extraños. ¿La reacción de la empresa? Seguir buceando como si fueran los Avengers del fondo del mar.
La tragedia no fue culpa de la fibra de carbono. Fue culpa de la fibra moral de una cultura que decidió que escuchar era opcional.
Lecciones que trascienden el océano (y que aplican si tú lideras hasta un Oxxo)
- El jefe no es dios: puede tener visión, sí, pero también necesita frenos, espejos y un equipo que le diga “no”.
- Clima organizacional ≠ clima de miedo: cuando nadie se atreve a levantar la mano, el iceberg no es lo que hunde el barco.
- Ego sin expertise es combo letal: si eres el más listo en la sala, cámbiate de sala. O escucha. O ambos.
- Cultura tóxica mata más que la competencia: mata ideas, mata talento y, en este caso, literalmente, mata personas.
- La seguridad no es cara. El accidente sí: en pesos, en gente, en reputación. Y no siempre hay Netflix para contarlo después.
- Innovar ≠ improvisar: puedes romper reglas. Pero no puedes ignorar la física. Ni a los que sí la entienden.
En fin…
No necesitas ser CEO de un submarino para aplicar esta historia. Basta con tener un equipo, una empresa o hasta un proyecto en Google Drive.
La tragedia de OceanGate es el ejemplo extremo de lo que pasa cuando el ego lidera, y la escucha es castigo.
Porque las empresas no se hunden por falta de ideas, sino por falta de humildad.
Entonces, pregúntate:
¿En tu equipo se puede decir “esto no me suena bien” sin miedo?
¿O también estarías despidiendo a tu David Lochridge… por decirte que hay fugas?
¿Conoces una empresa que confundió liderazgo con soberbia? ¿Algún jefe que prefirió tener la razón antes que llegar vivo al fondo?
Cuéntame en los comentarios. Y si estás al mando de algo, por favor… escucha antes de implosionar.
