México tiene un sinnúmero de disfunciones en cuanto a su forma de gobierno, y la forma en que quienes resultan elegidos en cualquiera de los tres órdenes toman determinaciones para cumplir con sus obligaciones administrativas. Y no es que sea una novedad o algo fácil de erradicar, simplemente es que cada quien decide cómo se hacen las cosas sin violar los preceptos legales que rigen la operatividad en los tres órdenes de gobierno, aunque en la mayor parte de las veces la discrecionalidad es la que tiene el mayor peso.
Desde que el partido oficial dejó de gobernar en la Ciudad de México, la forma de ejercer el poder cambió radicalmente a causa de la necesidad del Partido de la Revolución Democrática de implantar una forma diferente de hacer las cosas y generar una nueva base social que asegurara la permanencia del proyecto.
Aunque también hay que decir que el gobierno encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas no se diferenció mucho de aquellos que fueron encabezados por los tricolores. Para decirlo más claro, aunque había dejado de ser priista gobernó como lo hacían los priistas.
Fue Andrés Manuel López Obrador quien realmente marcó la diferencia con la implantación de programas sociales, cuya principal finalidad era construir una nueva base social y política que lo impulsara a empresas mayores. De ahí su personalísima interpretación del “New Deal” emprendido por Franklin Delano Roosevelt que posicionó a Estados Unidos como la primera potencia al impulsar la construcción de grandes obras y sacar de la pobreza a la mayor parte de los norteamericanos. La consecuencia de tan audaz plan fue ganar la Segunda Guerra Mundial.
De algo le valió estar tantos años en la universidad tratando de terminar su carrera, 15 para ser exactos, y eso le valió observar el surgimiento de la tendencia populista de América del Sur, y conocer los desastres en que se convirtieron la mayor parte de ellos. Poco le importó porque los fines eran construir una base social para buscar nuevos derroteros, y por qué no, contender por la Presidencia de la República. Vicente Fox no pudo cerrarle el paso a la competencia por la Presidencia de la República, y aunque muchos señalan que el plantón de Reforma fue para controlar el encono popular, sigo pensando que fue intencionalmente lesivo para la economía citadina.
La siembra del odio ha sido parte de la estrategia de señor Andrés Manuel López Obrador, y no creo que esta vez las cosas sean distintas porque lo que siempre ha tratado de mostrar y demostrar es que ha sido un mártir del sistema político creado por los priistas para permanecer indefinidamente en el poder, incluso tratando de victimario si así fuera necesario. Pero también hay que señalar que parece que ahora esa será la tónica implementada por todos los candidatos y todos los partidos.
No necesitamos una nueva revolución armada para sacar a flote nuestras frustraciones colectivas, de ello se han encargado los políticos encabezados por el tabasqueño, que hasta ahora ha logrado su propósito de dividir al país, y mucho apoyo recibe y seguirá recibiendo de los otros candidatos presidenciales. La lucha por el poder siempre ha sido cruda y algunas veces cruel, y no creo que el odio desaparezca por arte de magia en los meses venideros. Todos caminan hacia allá. Al tiempo.