Por: Antonio Navalon
No lo haga, no se torture, no se desespere, no entre en depresión. Si analizamos uno por uno los grandes números del sexenio, el resultado no es nada bueno.
No obstante, si observamos al conjunto de las fuerzas políticas llegamos a una conclusión que todavía es más terrible: sus resultados son muy malos. Aunque los demás tampoco tienen grandes cosas que ofrecer.
El PAN nunca había tenido 12 gobernadores, ahora los tiene, pero además ha tenido el poder de la Presidencia y ha tenido una gran parte del presupuesto nacional dedicado a la política, aunque el resultado no fue como para lanzar las campanas al vuelo.
El PRD ha tenido poder concentrado en algunos sitios y lo sigue teniendo, especialmente en la Ciudad de México, pero su balance en lo que significa la construcción de una plataforma nacional, depende sobre todo de cómo le vaya y que no lo quieran matar antes de tiempo al jefe del Gobierno de la ciudad, Miguel Ángel Mancera.
En cuanto a Morena al parecer está en una mejor posición, porque reciben el presupuesto que administra Andrés junior, tienen cargos electos, tienen dinero. Sin embargo, todas las mañanas se comportan como si fueran vírgenes que no tienen por qué responderle, ni contestarle a nadie.
Es decir, son hijos del poder, cobraron del poder antes de consolidarse como partido, el poder les pasaba el dinero suficiente como para seguir existiendo.
Créanme, el candidato López Obrador no era alimentado por el sudor del pueblo como le pasa a nuestros soldados que muchas veces comen de la solidaridad social que genera su función.
Hubo detrás de él apoyos muy importantes para que mientras construía su apostolado pudiera desarrollarse, y ahora ya es una fuerza más que vive de lo que usted y yo llevamos a la mesa.
Aunque Andrés Manuel se comporta como si no tuviera poder alguno y tampoco ninguna relación con los poderes, o dicho de otra manera, cuando llegue el momento de sacar la cuenta para él será blanca, porque teóricamente Morena no existe y no tiene poder.
El panorama es desolador y los independientes terminan de arrojar las últimas astillas a la hoguera de la confianza pública.
Ahora, ¿qué podemos hacer? ¿Elegir entre lo menos malo? ¿Asumir que a muy poco tiempo de las elecciones sólo hay nombres y no propuestas, sin aceptar que todo eso puede hacer que el país naufrague definitivamente?
¿Tenemos que volver a creer? ¿Olvidar que si hacemos lo mismo con lo mismo pasará lo que pasa siempre? Porque la política en nuestro país se ha convertido en un completo acto de fe. No como decía Santo Tomás, “ver para creer”, sino como decía Agustín de Hipona, “la fe consiste en creer lo que no vemos…”.
@antonio_navalon