ROSALBA AMEZCUA
Con el poder y control que ostentó hace 12 años, reapareció el secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana, Napoleón Gómez Urrutia.
Arropado por miembros de sindicatos europeos y de América Latina, se dijo inocente de los cargos que lo llevaron a huir de México y buscar, en 2006, asilo en Vancouver, Canadá. De las acusaciones por presunto desvió de 55 millones de dólares (mdd) del Fideicomiso Minero, dejó en claro que para él “ya es tema superado” y además ya lo avaló la Suprema Corte.
Ataviado con un traje negro y un rostro rejuvenecido, el hombre de 74 años, “Napito”, como se le conoce en el gremio minero, se dio el lujo de no sólo hacer esperar casi una hora a los representantes de la prensa, sino de que decenas de ellos ya no accedieran a la conferencia por falta de cupo.
Desde la entrada del hotel Hilton, en avenida Juárez, ya se sentía la presencia y control del sindicato minero, desplegados en varias partes, los trabajadores con chalecos anaranjados y varios de ellos con lentes oscuros, fungieron de guaruras y tomaron el control de la seguridad y organización, para ir subiendo hasta la zona de la alberca y la terraza a camarógrafos, fotógrafos y reporteros.
Aproximadamente una centena de medios de comunicación.
Casi a las 12 del día arribó el tan esperado personaje, quien sereno se refirió a lo que grupos de poder político le hicieron: “El ataque cobarde que sufrí”.
Desde ahí mandó mensajes entre líneas a sus principales acusadores, Javier Lozano Alarcón, exsecretario del Trabajo, y a Germán Larrea, dueño de Grupo México, y aunque no se atrevió a decir de manera contundente si los demandará por daño moral y difamaciones, los llamó “miserables” y demandó al presidente entrante, Andrés Manuel López Obrador, se reabra la investigación por Pasta de Conchos, en Coahuila, donde fallecieron 65 mineros y sus cuerpos quedaron enterrados.
Pese a que Gómez Urrutia salió del país en plena problemática, cual salvador, aseguró que tomará como bandera el asunto, ya que su interés siempre ha sido y es “velar por el bienestar de los trabajadores y sus familias”, y debe haber castigos, porque esa situación provocó que “los mexicanos diéramos una mala imagen al mundo”.
Varias veces, el neolonés por nacimiento habló de combatir la corrupción y la impunidad, y de la importancia de terminar con esos flagelos para dar certidumbre a la inversión, y aprovechó para hablar de su libro El colapso de la dignidad, para encontrar respuestas a interrogantes de lo que denomina en el texto “la historia de una tragedia minera y la lucha en contra de la avaricia y corrupción en México”.
Especialmente, de la página 239 a la 242, en las que se encuentran las auditorías realizadas al sindicato.
Algunos cuestionamientos de los reporteros los contestó a medias y, al igual que la lideresa del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, Elba Esther Gordillo, se consideró víctima de un conflicto “innecesario, injusto, arbitrario, que fue condicionado por grupos de poder económico y político que se amafiaron para atacar y tratar de destruir a una organización sindical como la que me honro en presidir”.
Ahora, agregó animado, ayudará a la transformación del país, a eliminar la insultante desigualdad y a luchar de lado de los mineros, porque “los trabajadores no son tontos ni borregos”.
Hubo una última pregunta: ¿Teme por su vida? Sorprende tanta seguridad. Sonriendo, explicó que no eran escoltas, sino mineros.