Saltillo, Coahuila / 05 de Febrero de 2019
Por: Paloma Gatica
Entre los migrantes de la segunda caravana de centroamericanos que partió desde hace tres semanas de Honduras se van tejiendo historias que no pueden quedarse sin contar. Una de ellas es la que vive Ever Vega, quien dejó a sus tres hijos, esposa y padres en San Pedro Sula, en aquel país. Cuenta que apenas encuentre trabajo, les enviará unos dólares para el sustento pues la situación económica que viven es muy difícil.
Aunque para ello, tenga que sortear hambre, frío y el dolor de ver morir a dos compatriotas que buscaban el “sueño americano”. Ever Vega comparte que otras cuatro personas con las que viajaba en un tráiler de San Luis Potosí a Saltillo se fracturaron los pies cuando la caja del camión se los aplastó al dar la vuelta. Al recordarlo se le observan los ojos cristalinos llenos de lágrimas mientras hace fila para ser atendido en consulta médica.
Apenas una semana después de salir de casa, comenzó a sentirse débil por falta de comida, horas de sueño y frío durante el viaje, pero esto no le ha impedido que continue al mismo ritmo que el grueso de la caravana. Ever salió de su país natal junto a unas 10 mil personas más, pero reconoce que apenas unas 100 de las que recuerda al inicio de la travesía, continúan en el camino. Espera llegar a Ohio, Texas, donde tiene conocidos que le pueden ayudar a encontrar trabajo pronto.
Lidia de 43 años es otra de las migrantes que salió en busca de mejores oportunidades. Ella viaja con su hijo de 16 años y con uno de sus sobrinas. La entusiasta madre de familia tiene la esperanza de que ellos puedan asistir a la universidad pues son menores de edad.
A ella no le importa el escenario incierto. Lavar, barrer y hacer el aseo de una casa deberán bastar para encontrar un trabajo que le permita pagar los estudios de su hijo o por lo menos mantenerlo lejos de las pandillas que reclutan a jovencitos en su país.
Sin embargo su camino también ha estado plagado de inseguridad. “Uno se encuentra de todo en el camino, frío, hambre y dificultades para movilizarse”, comparte.
“Vienen jalones, le toca pagar a uno para que no se quede botado en el camino y por su seguridad. Ayer (el fin de semana) nos trajo un muchacho en una rastra desde San Luis Potosí”, cuenta.
Pese a las inclemencias del tiempo, la falta de comida y la inseguridad Lidia mantiene el buen ánimo, cu que en esta situación aferrarse a la idea y mantenerse positiva es la mejor opción para enfrentar todos los pesares del trayecto.
“¿Qué vamos a hacer?, tenemos que echarle ganas. Ya nos vinimos y tenemos que echarle ganas para seguir adelante”, asegura.
El pasado sábado por primera vez después de una semana pudo bañarse y lavar su ropa, descansar en una cama, aunque fuera inflable.
En su país dejó atrás a sus hermanos y otros sobrinos. También su casa en Tegucigalpa, Honduras donde apenas hace un mes lloró la muerte de su padre y veinticinco años antes la de su madre a quien un automovilista arrolló y se dio a la fuga sin castigo alguno.