CLAUDIA OLINDA MORÁN / JESSICA ROSALES
En este mes de julio, la Iglesia Católica ha celebrado misas y oraciones comunitarias en lugares significativos que representan a las personas desaparecidas o que han sufrido una muerte violenta, ya sean homicidios dolosos, feminicidios, activistas sociales o cualquier otra persona en situación de exclusión o vulnerabilidad.
Pero también, antes de cerrar el mes, llevará a cabo oraciones por la conversión y arrepentimiento de los perpetradores de la violencia, de los agresores, de los generadores de violencia. En un país donde la justicia queda a deber y en la cárcel no están todos los que son, ni son todos los que están, la sanación y el perdón parecen lejos del alcance de una sociedad herida a la que ya hasta el miedo le quitaron.
Para el padre Robert Coogan de Pastoral Penitenciaria, el reconocimiento pleno de lo ocurrido es el primer paso para lograr la conciliación y sanar.
“Lo que quieren los obispos en un diálogo sobre la realidad de la violencia, tenemos el hábito de buscar quién es el culpable y cuando estamos buscando culpables estamos buscando a quien castigar y lo que los obispos dicen es que tenemos que buscar cómo sanar; si hay corrupción admitimos que hay corrupción y podemos sanar la corrupción, si hay fuertes problemas de adicción podemos sanar la adicción y venta de droga en la ciudad, qué podemos hacer, necesitamos sanar la situación a fondo”.
Sin embargo, el meter en prisión a todos los perpetradores de la violencia tampoco parece un paso a la reconciliación en particular cuando un sistema de justicia fallido mantiene en la cárcel a personas que aún no son encontradas culpables.
“Hay una tendencia a creer que encarcelar resuelve todo, y no es cierto; encarcelar de manera frívola genera resentimiento en contra del gobierno y las personas que no han sido sentenciadas en los penales, no hay la menor razón de tenerlas en el penal no han sido sentenciadas, encontradas culpables, no sabemos si lo son y ya están en el penal a veces hasta un año y eso claro que causa resentimiento en las familias de estas personas”, señala el padre Robert Coogan quien lleva 16 años al frente de la Pastoral Penitenciaria.
Para José Luis Manzo, coordinador de ayuda humanitaria de la Casa del Migrante, la violencia social ya es sistemática y se ha normalizado.
“La criminalidad ya está en esferas que consideramos intocables, el hecho de los dos sacerdotes jesuitas que asesinaron en Chihuahua, la criminalidad se ha normalizado, 15 muertos, ah pues sí, ahora son menos que ayer y esta pérdida de sensibilidad de parte de la sociedad muestra que sí hace falta una reestructuración del tejido social pero también del tejido político” y si el cerebro -agrega- “que es el presidente no está funcionando del todo bien, entonces las partes del cuerpo tampoco van a funcionar”.
Ante ello, perdonar a los victimarios pareciera un reto para la mayor parte de la sociedad:
“La mayor parte (de los perpetradores de violencia) no sabemos quiénes son y no todos los que están en prisión son los que están y tampoco están todos los que son. El Papa Francisco ha dicho que cuando hay un crimen hay dos víctimas, la víctima y el victimario; ambos son víctimas de un entorno que ha creado esta situación”, afirma Coogan.
Para el padre Rafael López, de la Diócesis de Torreón, una de las zonas más violentas del país durante una década, no puede haber perdón sin justicia.
“Todo este clima de violencia, de agresión produce muchos daños. Si esperamos perdón, si esperamos reconciliación pero esto se va a dar cuando haya una verdadera justicia, que haya resultados, ya estamos cansados todos de discursos de promesas, acciones y estrategias que no llegan a provocar un clima de justicia”.
“El silencio también es violencia, la negación de la historia es violencia y los obispos mexicanos nos han pedido que salgamos, que manifestaremos nuestra fe y exijamos justicia porque es necesario hacerlo visible, denunciarlo y manifestarlo, la parroquia donde yo me encuentro esta al sur de la ciudad, hay un panteón municipal, el número dos, en las campañas de exhumación extrajeron más de 100 cuerpos sin identificar, como párroco de esta comunidad acompañé a los colectivas y sacaban los cuerpos en bolsas de alimentos de perros, en cobijas, imaginen el dolor y sufrimiento de las familias y los colectivos, al ver a estas personas sepultados como animales. Tenemos que hacer visible esa violencia”.
Y del miedo dice, ya ni siquiera lo hay.
“Una persona de un colectivo me decía, padre nos han quitado todo hasta el medio, ya nos lo quitaron también, porque no solo han desaparecido a una persona sino a todas la familia, qué más nos pueden quitar”.