POR MIROSLAVA ZAPATA
Ema soñaba con la rehabilitación de su hijo, quien ante sus descuidos entró al mundo del alcoholismo y la drogadicción, pero sus sueños se derrumbaron de tajo, pues al ingresarlo a una casa de rehabilitación éste fue asesinado en ese lugar por siete sujetos que lo golpearon hasta matarlo.
Aún recuerda la tarde del viernes 11 de julio, cuando una llamada por teléfono la hizo soltar un grito de dolor, de esos que hacen que la piel se estremezca, pues un agente del Ministerio Público le notificó que su vástago Pedro Alberto de los Santos Joubert, de 19 años, estaba muerto.
Como pudo, Ema tomó un taxi y se trasladó hasta el Servicio Médico Forense para que la nube de dudas que estaba en su cabeza se aclararan, o bien para que le las autoridades se disculparan, ella esperaba que le dijeran que “todo ha sido un error”, pero no fue así pues la muerte de Pedro era una realidad.
“Llegué al Semefo, ahí me mostraron el cuerpo de mijo y me dijeron que lo asesinaron siete sujetos, que también estaban internados en la casa de rehabilitación que se ubica en la calle de Caracol 182, de la colonia Saltillo 2000, y quienes al estar en la hora de rezar se molestaron porque mijo comenzó a hablar y a tocar una campana”, platicó.
“Un joven se la quitó, pero antes mi hijo le dio un golpe en la cabeza con ella, después empezó a gritar, y en tres ocasiones le pidieron que se callará, Pedro no obedeció y entonces le taparon la cara con una ropa interior para caballero y luego lo enredaron con una
cobija”, narra entre lágrimas.
Al seguir su relato asegura que los sujetos vieron que Pedro seguía moviéndose y por ello continuaron apretando la cobija, pues lo tomaron como un símbolo de rebeldía, y mientras unos lo tapaban, otros le daban de patadas en el suelo sin imaginarse que el joven pedía que le quitaran de su cuello aquel calzoncillo que le apretaba duramente.
De pronto, imperó el silencio, pues los jóvenes dejaron de sentir que el cuerpo de Pedro se movía.
Al descubrir el cuerpo del hijo de Ema, se percataron que éste ya no contaba con signos vitales y por ello llamaron a la Policía, pero antes antes planearon lo que dirían a las autoridades, con la intención de hacerles creer que Pedro se suicidó.
La mentira no duró ni 10 minutos, los agentes jamás creyeron la versión, pues al dar fe del fallecimiento el médico legista advirtió que el cuerpo del joven presentaba varias lesiones, producto de golpes contundentes.
Al realizar una inspección en el lugar, los agentes se percataron que uno de los jóvenes del centro se encontraba escondido en el interior de un clóset de uno de los cuartos, tenía una lesión en la cabeza y quien al ser interrogado cayó en varias contradicciones que lo llevaron a confesar que la herida fue producto de una discusión que al final llevó al homicidio.
Al saber de la forma en la que murió su hijo, Ema entró en una crisis nerviosa, al grado de que por su mente pasó el suicidio, pues se culpó de la muerte de su hijo al asegurar que ella lo internó en ese lugar, y al recordar que el trabajar de más la obligó a abandonarlo, quien años atrás también fue dejado por su padre biológico.
Sus amigas y familiares le hicieron entrar a Ema entrar en razón, al decirle que con los designios de Dios nadie puede, pues el marco su hora en la citada casa de rehabilitación.