Por: David González
Contra la modernidad y el olvido, los escribanos practican aún este añejo oficio en pequeños escritorios instalados en mercados y otros sitios públicos, pero son contados.
En el Mercado Juárez de Saltillo aún se escucha el tecleo de viejas máquinas de escribir en las que lo mismo se elaboran cartas de amor, que se llenan documentos oficiales solicitados por personas analfabetas a cambio de unas monedas. Como piezas de museo, las mecanógrafas —unas de academia y otras empíricas—, llegan desde las 9 de la mañana a sacar y colocar en una pequeña mesa su máquina Olivetti, y las menos afortunadas las pesadas Olympia o las ennegrecidas y lúgubres Rémington.
Hasta este lugar llegan de diferentes sectores, pero más del área rural, clientes dispuestos a dictar la carta que piden a doble espacio y margen si es para la enamorada, o simplemente para llenar algún documento para una dependencia gubernamental.
Guadalupe Santana es una de las cuatro mujeres que han dedicado su vida y su esfuerzo a mantener el oficio de escribiente, en el cual lleva más de 15 años; aunque es la más novata del grupo, pues hay compañeras que tienen hasta cuatro décadas “tundiendo las teclas”.
La escribiente comentó que pese a que son pocas las personas que solicitan que les escriba algún texto, no hay día en que se vayan “en blanco”, pues siempre hay alguien que necesita que le hagan un trabajo a máquina.
“Hay gente que viene a que le hagamos cartas de amor, y aunque son los menos, todavía los hay”, afirmó.
Señaló también que en ocasiones le toca escribir cartas tristes a personas que se encuentran lejos y que es difícil no emocionarse cuan-
do escuchan a quienes se las dictan.
Sin embargo, comentó que lo que más llega a estos escritorios públicos son peticiones de cartas de recomendación, que se hacen por 30 pesos. En estos casos, la diestra redactora les dispara un discurso que ni el más déspota empleador podría rechazar: “A esto me dedico y para esto me buscan”, expresó.