JESSICA ROSALES
En México, la violencia contra las mujeres continúa siendo una epidemia silenciosa que no distingue edad, nivel socioeconómico o región. Un estudio realizado por el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM revela que el 90% de las víctimas de violencia reportan haber sido controladas digitalmente, mientras el 80% de estas mujeres señala haber experimentado aislamiento social.
El estudio, titulado “Ciber acecho: un estudio entre mujeres alojadas en refugios de México”, destaca que dicho control se dio mediante el acceso forzado a sus dispositivos, redes sociales y cuentas personales, así como la vigilancia constante de su ubicación. Este control, muchas veces disfrazado de preocupación o amor, mina su autonomía y las aísla de su red de apoyo.
Según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021, el 70% de las mujeres mayores de 15 años ha experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida, cuyas agresiones incluyen violencia psicológica, física, económica, patrimonial, sexual y digital.
Cada día, en promedio, 10 mujeres son asesinadas en México, de acuerdo con el INEGI. Sin embargo, detrás de estas cifras desgarradoras existen historias de sobrevivencia, valentía y transformación que han decidido compartir su experiencia para inspirar un cambio profundo en la sociedad.
En este sombrío panorama, las historias de Ana María y Julieta, quienes encontraron refugio y acompañamiento en la Fundación Luz y Esperanza de Saltillo son ejemplos de resiliencia. Ambas mujeres encontraron el coraje para romper ciclos de violencia que dominaron sus vidas durante años. Sus testimonios, además de ser un poderoso llamado a la reflexión, destacan la importancia de la intervención oportuna y el apoyo institucional para ayudar a las víctimas a reconstruir sus vidas.
“Encerrada por el miedo”: Ana María
Por muchos años, Ana María vivió en un ciclo de violencia psicológica y control emocional que, aunque invisible para muchos, marcó profundamente su vida y la de sus hijos. “La violencia empezó poco a poco, disfrazada de cuidado y amor”, relata.
Durante la pandemia, el control de su pareja se intensificó, utilizando la tecnología para vigilarla. Le arrebataba el teléfono con pretextos, bloqueaba a sus contactos y manipulaba sus redes sociales. “No me di cuenta de cuánto me había aislado hasta después de separarme, cuando descubrí que incluso había bloqueado a compañeros de trabajo, amigos y familiares de mis redes”, explica.
El control no se limitaba a lo digital. En casa, Ana María vivió un confinamiento físico impuesto por su esposo. “Estábamos encerrados bajo llave. Si necesitaba tortillas o frijoles para mis hijos, tenía que gritarle a un vecino para que me ayudara. Mi única herramienta era un desarmador para quitar la chapa y poder salir a la cochera”, recuerda con angustia.
La amenaza explícita de muerte fue el punto de quiebre para Ana María. En una ocasión, escuchó cómo su pareja detallaba a uno de sus amigos sus intenciones: “Después de que yo le dije que me iba a separar de él, escuché una amenaza. Escuché que a una persona le dijo que ya tenía planeada mi muerte, que ya tenía contratadas a las personas que me iban a destazar, a las personas que me iban a desaparecer en un terreno baldío”.
“Dijo que nadie se iba a extrañar porque mi cuerpo no lo iban a encontrar, porque esas personas iban a venir en un carro, que las cámaras de vigilancia del municipio no los iban a detectar porque iban a llegar sin nada y se iban a ir sin nada, sin mi cuerpo. También que si mis hijos preguntaban por mí les diría que yo me había ido con otra persona, con mi amante” relata.
Estas palabras marcaron un antes y un después en su vida. “Eso fue lo más grave, eso fue lo que me abrió los ojos,porque literal me dio miedo y ahora ese miedo lo abrazo y lo agradezco porque fue lo que me hizo pedir ayuda, buscar ayuda”, expresa.
Ana María reflexiona sobre la importancia de romper los patrones culturales que normalizan la violencia. “Nos enseñan a justificar la hombría con control y abuso, pero debemos romper con esas ideas. No solo por nosotras, sino también por nuestros hijos, para que no repitan el mismo patrón”, afirma.
Hoy, Ana María trabaja para reconstruir su vida y la de sus hijos, enfrentándose a las secuelas de la violencia con valentía y determinación. “Podemos salir de la oscuridad. Solo necesitamos reconocer el dolor y convertirlo en nuestro impulso para salir adelante”, concluye.
“Descubrí otra Julieta”: Un testimonio de resiliencia
Julieta vivió durante 16 años bajo el yugo de una relación marcada por la violencia, que iba desde el control emocional hasta el abuso físico y cibernético. Su historia es un ejemplo de las luchas que enfrentan muchas mujeres en México y de cómo, a pesar de las adversidades, es posible salir adelante.
“Pues llegué al refugio porque me llegó la demanda de divorcio y no sabía qué hacer”, comienza Julieta, recordando el momento que la llevó a buscar ayuda. Desesperada, acudió a la Fundación gracias a la recomendación de la hermana que cuidaba a su bebé. Allí encontró un espacio donde se sintió acogida y comprendida, a diferencia de otros lugares que la juzgaron por su dolor.
“Me sentí cobijada desde el primer momento, nunca juzgada”, relata, destacando el apoyo que recibió de la directora del refugio y del equipo que la ayudó a entender su situación. Fue en ese espacio seguro donde Julieta comenzó a reconocer que había sido víctima de violencia durante más de una década.
La violencia en su relación no se limitó a lo físico. Su agresor empleó tácticas de ciberacoso y control para mantenerla sometida, incluso después de su separación. “Estoy encerrada en una ciudad como si hubiera cometido un delito, cuando somos nosotros las víctimas”, expresa con impotencia al relatar cómo las autoridades le impusieron restricciones injustas mientras su agresor seguía hostigándola.
Julieta recuerda episodios de abuso que la marcaron profundamente, como el jaloneo durante la pandemia, un acto que no solo le dejó moretones visibles, sino que también dañó su espíritu y confianza. “Me lastimaba las manos, sabiendo que son mi herramienta de trabajo, porque soy diseñadora de modas”, explica.
A pesar del dolor, Julieta ha encontrado esperanza y redescubierto su fortaleza. “Descubrí otra Julieta”, dice con determinación. Ahora sueña con regresar a su ciudad natal, rodearse de su red de apoyo y desarrollar su carrera como tejedora y diseñadora. Aunque las cicatrices de la violencia persisten, tanto en ella como en sus hijos, celebra los pequeños momentos de felicidad y libertad que ahora disfrutan juntos.
Julieta concluye con un llamado a las mujeres que enfrentan situaciones similares: “No se callen, no permitan más violencia. Podemos salir de esto y descubrir nuestra fortaleza. Juntas, somos más fuertes”.
El control sutil es el inicio de la violencia: activista
“Un hombre que ama no controla ni limita la libertad de una mujer”, enfatizó Rosa María Salazar, directora de la Fundación Luz y Esperanza, al señalar que la violencia en las relaciones no comienza con un golpe o un insulto, sino con sutiles actos de control, dominio y sometimiento que muchas veces pasan desapercibidos, especialmente entre adolescentes y mujeres jóvenes, focos rojos que deben identificarse oportunamente.
Estos comportamientos iniciales, explicó, se disfrazan de “amabilidad”, como pedir contraseñas de redes sociales, exigir fotos de ubicación y justificar estas acciones con frases como “es porque te amo y quiero saber que estasbien”. “Muchas mujeres lo interpretan como cuidado, pero en realidad son intentos de controlar y dominar”, señaló.
Cuando estas conductas no logran su propósito, advirtió, la violencia escala hacia agresiones verbales, físicas o económicas. Sin embargo, la verdadera raíz del problema es la intención de someter y anular la voluntad de la mujer. “Cuando se ejerce control de forma constante, la mujer pierde la capacidad de tomar decisiones y queda aislada”, aseguró.
La directora mencionó esto como algunos de los principales “focos rojos” de una relación violenta, “Estas acciones no son muestras de cuidado, son mecanismos de control, y reconocerlas a tiempo es clave para detener la violencia antes de que escale”, enfatizó.
La activista subrayó que la violencia es un proceso que escala progresivamente y destacó el uso del Violentómetro, una herramienta que ilustra cómo las conductas de control pueden derivar en agresiones graves.
“Es crucial reconocer y detener la violencia desde sus primeras señales, porque si no se frena, puede alcanzar niveles críticos que lleven a las víctimas a decisiones extremas para salir de la situación”, advirtió.
La Fundación Luz y Esperanza a lo largo de 22 años ha trabajado en la prevención y sensibilización de este problema, promoviendo el empoderamiento y la erradicación de la violencia. Su directora, Rosa María Salazar cerró su mensaje con un llamado: “Identifiquemos los focos rojos. No confundamos control con amor. Es momento de romper el ciclo de violencia”.
Agresores anulan la voluntad de la víctima, empatía y denuncia son claves: IMM
Enfrentar la violencia de género requiere más que voluntad individual, demanda empatía y una red de apoyo sólida, ya que, como explica María Candelaria Rodríguez García, coordinadora Jurídica del Instituto Municipal de las Mujeres en Saltillo, una de las consecuencias más devastadoras de esta problemática es la anulación de la voluntad de las víctimas por parte de sus agresores.
“La violencia no solo genera daño físico o emocional; anula por completo la capacidad de decisión de las mujeres, impidiendo que puedan reconocer su situación y buscar ayuda. Esto las deja en un estado de vulnerabilidad extrema, donde ni siquiera pueden protegerse a sí mismas ni a sus familias”, señaló Rodríguez García.
Explica que mujeres no denuncian porque no tienen la capacidad emocional o física para hacerlo, “Es vital que las personas a su alrededor, vecinas, amigas, familiares, identifiquen los signos de violencia y tomen acción. Si la víctima no puede, la sociedad debe hacerlo por ella”, agregó.
Rodríguez García destacó que el Instituto Municipal de las Mujeres realiza visitas en colonias con alta incidencia de violencia para informar sobre los tipos de agresión, las instituciones disponibles para ofrecer ayuda y cómo las personas externas pueden denunciar. “Si usted sabe de una amiga, vecina o familiar que está viviendo violencia, puede reportarlo. No es necesario que la víctima lo haga directamente, especialmente porque muchas veces no tienen la capacidad de reconocer su situación”, explicó.
Rodríguez García recordó que este fenómeno es considerado por la Organización Mundial de la Salud como un problema de salud pública. “No es solo responsabilidad de las autoridades. Como sociedad, todos tenemos el deber de prevenir, denunciar y erradicar este problema”, enfatizó.
Coahuila, el tercer estado con más denuncias
De acuerdo con el Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Coahuila ocupa hoy el tercer lugar nacional donde se reciben más denuncias de mujeres victimas de violencia, por debajo de Colima y la Ciudad de México. Sin embargo, dicha cifra no significa que existan más casos en estos estados, sino que se accede a más mecanismos para la denuncia.
En Coahuila, el 90% de las 60 mil mujeres que han solicitado apoyo en los Centros de Justicia y Empoderamiento han recibido medidas de protección, informó Mayra Valdés, secretaria de las Mujeres.
De acuerdo con la funcionaria, el 44% de las víctimas y el 49% de los agresores cuentan con estudios hasta nivel secundaria, lo que evidencia un vínculo entre la educación y la incidencia de violencia. Estas cifras han motivado a la Secretaría de las Mujeres a implementar proyectos focalizados en colonias con altos índices de casos, como Saltillo 2000 y Teresitas en el caso de la capital.
“Estamos trabajando en capacitaciones, terapias y pláticas para mujeres y hombres, enfocándonos en las zonas más afectadas”, señaló. Las formas de violencia detectadas van desde la psicológica, que suele ser la más dañina, hasta la física.
Con el apoyo de psicólogas, trabajadoras sociales y abogadas, los centros ofrecen atención integral a las víctimas, además de herramientas para empoderarlas económica y emocionalmente. “Cuando una mujer alcanza la independencia económica, la violencia en su contra disminuye considerablemente”, destacó.