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ME LLAMO ____ Y SOY ADICTO A LA TECNOLOGÍA

Foto: Especial

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22 de Noviembre 2018

¿Sientes que el corazón se te detiene durante unos segundos si sospechas que perdiste tu celular? A muchos nos ha pasado, y esa sensación es un ejemplo claro de que dependemos de la tecnología, más de lo que estaríamos dispuestos a aceptar.

La semana pasada me fui de viaje de trabajo, y en el desayuno estábamos reunidas cuatro personas del mismo grupo. Me paré para ir al buffet por más comida y dejé mi celular sobre la mesa.

Al regresar, mi teléfono no estaba en donde lo había dejado.

¿Te ha pasado? Yo sentí una descarga eléctrica que empezaba cerca del corazón y se expandía rápidamente por todo mi cuerpo. Mi cabeza repasaba rápidamente todos mis movimientos previos y siempre terminaba en el recuerdo de haberlo dejado ahí, sobre la mesa, en el lugar preciso en el que no había nada.

Quienes estaban junto a mí me miraron preocupados, ya que mi angustia era evidente al pensar que estaba en el extranjero, que todavía no lo acababa de pagar, que a pesar de que tenía passwords y respaldo en la nube contenía información importante sobre el viaje que estaba haciendo, que el seguro solamente lo podía reclamar hasta que regresara a México y que necesitaba el chip para poder usar el teléfono que llevaba de respaldo. Todo esto mientras daba vueltas por la mesa, buscaba en el suelo y vaciaba mis bolsillos.

Seguramente es algo similar a lo que sentía tu mamá cuando en tu niñez la acompañabas al supermercado y, de repente, volteaba y ya no te veía; susto que trasformaba en un fuerte regaño cuando te encontraba curioseando en el pasillo de junto.

Mi corazón latía rápido, mi rostro se sentía caliente y mi mirada se nublaba hasta que, inesperadamente, sonó el teléfono de uno de los colegas, quien me dijo: “Fulanito tiene tu celular, dice que lo tomó por error. Ahorita te lo trae”. Después de eso, todo fueron risas.

Cuento esta anécdota porque describe bien mi adicción a la tecnología.

La necesidad de tener

Esta adicción no es solamente al celular, también a mi smartwatch, a mi consola, a mi laptop, a mi GoPro, a mi wifi, a mi monitor, a mi teclado, a mi bocina y a cualquier otra cosa que me haga sentir útil para poder trabajar, convivir o simplemente salir a la calle.

Pero no todo son gadgets, porque también soy adicto a las redes sociales, a sentirme al día y discutir en Twitter, a convivir y subirme al tren del mame en Facebook, a revisar quién vio mi currículum en LinkedIn y a compartir en Instagram cuántos kilómetros corrí hoy aunque no haya hecho ejercicio en dos semanas. No salgo a la calle si no reviso mi ruta en Waze o Google Maps, y cuando viajo debo hacer el check in en la app no menos de 24 horas antes.

No estoy en ninguna cadenita de Piolines de WhatsApp, pero es mi único contacto con casa si estoy de viaje o la vía mediante la cual le aviso a la editora de CAMBIO que voy atrasado con la redacción de mi nota de la semana (como esta que estás leyendo ahora). Podría hablar por teléfono, no obstante, el guats es más efectivo y permite llevar la conversación al ritmo que llevo en ese momento.

La economía es lo único que frena a mi adicción tecnológica, ya que no me he podido comprar los audífonos inalámbricos de sonido cristalino, el micrófono para mi cámara, el dron para aprender a volar, los lentes VR con qué disfrutar de mejores experiencias o el Apple TV para ver todas las películas que he comprado en iTunes.

El lado malo

¿Cuánta gente está dispuesta a hacer lo que quiera por mantener su adicción a la tecnología? Esto se empieza a poner menos anecdótico cuando, si analizamos a fondo, esto impulsa otros problemas como, por ejemplo, la violencia.

Alguien que quiera poseer el celular de moda, pero no tiene dinero, puede comprarlo en el mercado negro, a donde llega gracias al robo. Así, el delincuente que se subió a asaltar al microbús o amenazó con pistola a alguien en la calle obtiene ganancias gracias a aquellos que van a un tianguis o una plaza a comprar un teléfono barato y casi nuevo que le permitirá presumir que tiene en su bolsillo lo último en tecnología.

Lo mismo sucede con el Xbox que se obtuvo en un robo a casa habitación, la pantalla que transportaba un tráiler robado en alguna carretera o la laptop que le quitaron a algún estudiante que se distrajo unos segundos en la cafetería.

Sí, hay gente que está dispuesta a hacer lo que sea por mantener su adicción a la tecnología y que no acepta límites económicos, éticos o de cualquier otro tipo.

Y es que esto de la dependencia a los dispositivos es más profundo de lo que parece. Un estudio realizado por Kaspersky Lab, compañía especializada en seguridad informática, afirma que las personas dependen tanto de estar conectadas que 15 % de los usuarios en México preferirían ser vistos desnudos en público antes que no llevar consigo un dispositivo conectado a la red.

Casi una quinta parte (18 %) de quienes participaron en esa encuesta dijeron que estar conectados es tan importante para ellos como tener fácil acceso a comida, agua y vivienda, mientras que 89 % afirmaron que se sentirían estresados si extraviaran o les robaran su dispositivo.

No importa el costo, las personas hoy quieren mantenerse conectadas como sea. Por ejemplo, 19 % de los encuestados reconocieron que han estado mirando la pantalla de su teléfono al cruzar la calle y 1 de cada 5 al caminar por una zona desconocida y peligrosa.

Una adicción como cualquier otra

Otro estudio realizado por la empresa de investigación de mercados alemana GfK arrojó que la tercera parte de las personas están de acuerdo con la expresión “Me es difícil tomarme un descanso de la tecnología aunque sé que debería hacerlo”.

La encuesta también revela que esto pasa por igual en hombres y mujeres; sin embargo, la edad sí es un factor, ya que las personas de menor edad dijeron que tienen más dificultades para lidiar con su adicción a la tecnología.

Así, los jóvenes de 15 a 19 años conforman el grupo con mayor probabilidades de tener problemas de adicción a la tecnología, pues 44 % afirmaron que no pueden dejar sus dispositivos a pesar de que reconocen que deberán hacerlo.

Conforme avanza la edad, esto cambia, ya que la cifra baja a 41 % en el grupo de quienes están en sus “veintes” y a 38 % entre quienes están en los “treintas”; los que andan en sus “cuarentas” y “cincuentas” tienen promedios de 29 % y 23 %, respectivamente.

Y aquí viene lo económico. GfK indica que los hogares con más ingresos muestran la mayor brecha entre quienes encuentran dificultad o no en descansar de la tecnología, ya que en el caso de las personas de hogares de altos ingresos, a 39 % se les dificulta  alejarse de ella.

Esta cifra contrasta con la situación en hogares de bajos ingresos, donde 30 % están de acuerdo con la dificultad de descansar de la tecnología.

¿Legislar la tecnología?

¿Te imaginas que alguien impusiera a las personas alguna regulación para acceder a la tecnología? Pues más o menos por ahí va una propuesta de Common Sense Media, una ONG que se dedica a promover buenas prácticas en Internet.

Plantea que se regule la industria tecnológica para equilibrar las ventajas y desventajas del uso de los dispositivos digitales. Según ese organismo, 50 % de los adolescentes se consideran adictos a la tecnología y 72 % sienten la necesidad constante de responder de inmediato a los mensajes de sus redes sociales (¿te suena?).

El tema se ha vuelto común tan rápidamente que pocos han caído en la cuenta de él. Por ejemplo, 75 % de los padres de familia han discutido con sus hijos por el uso de dispositivos móviles, asegura Common Sense Media.

Así que, en general, la propuesta de esta organización es que las compañías dedicadas a la tecnología realicen mejores diseños y aplicaciones que eviten que las personas se enganchen en ellos.

Por ejemplo: ¿te imaginas que sea ilegal que cuando termine un video de YouTube empiece inmediatamente otro?, ¿o que se prohíba que los menores de cierta edad usen una tablet?, ¿o que un celular tenga un límite de tiempo de uso?

Sí, suena medio Black Mirror, pero podría pasar algo similar si no entendemos que lo que vivimos hoy es una adicción que, en muchos casos, está llegando a los mismos niveles de el alcohol o la droga.

Algo para empezar

La “desintoxicación digital”, es decir, curarse de la adicción a la tecnología, es sumamente difícil, especialmente en estos tiempos en donde todo está dictado por ella al nivel de, por ejemplo, que los noticiarios basan gran parte de sus contenidos en lo que se dijo ese día en las redes sociales o que en cualquier reunión el tema principal sea dónde está la mamá de Luis Miguel o el video viral de ese fin de semana.

Algunos recomiendan desconectarse de Internet durante días, y hasta hay quienes aseguran que pueden vivir felizmente sin estar en la red; pero hoy, eso sería vivir como en una cueva.

Sin embargo, sí se pueden llevar a cabo algunas acciones sencillas que todos pueden poner en práctica sin sufrir demasiado:

El celular no entra a la recámara. Es muy probable que lo primero y último que veas durante el día sea la pantalla de tu celular, ¿qué tal si lo dejas afuera de tu habitación mientras duermes? Eso da un mejor espacio de intimidad y propicia un mayor descanso.

El celular no se lleva a la mesa. Es muy común que en la comida familiar platiquen cómo les fue durante la semana y la tía saque su celular para mostrar los videos del festival escolar del sobrino, lo cual deriva en que, en 5 minutos, todos estén clavados en su propio teléfono. Por eso es recomendable dejar los móviles en otro lado, lejos de la mesa, y que nadie lo saque durante lo comida. Lo mismo aplica en restaurantes y reuniones.

Sin computadoras en las juntas. En el mundo godín, las eternas juntas son básicas, pero ahora se suele entrar con todo y laptop con el fin de clavarse en ella mientras el otro habla. ¿Por qué mejor no se mandan las presentaciones y demás materiales a una sola computadora para que sea la que se use en la reunión y nadie más abra la suya?

Sólo un capítulo o película a la vez: Si estás viendo Netflix o cualquier servicio similar, ¿qué necesidad hay de ver toda la serie de un jalón? Prueba ver un capítulo y luego hacer otra cosa, como salir a pasear a tu perro, leer un libro o hacer ejercicio. Ese tiempo que inviertes devorando 12 capítulos puede ser más productivo y hasta saludable.

Establecer horarios. Esto funciona para niños y adultos. Los videojuegos o la televisión deben tener horarios de uso, es decir, no se prenden antes o después de cierta hora. Inténtalo, verás que no quedarás fuera de ninguna conversación y disfrutarás un buen entretenimiento, sólo que durante un tiempo justo y suficiente.

No entretenimiento individual: Si estás en un lugar con más personas, no uses audífonos para separarte de ellas mentalmente (porque físicamente ahí sigues), lo mismo aplica en el coche o en las reuniones familiares. Y eso que todavía no se popularizan los dispositivos VR, porque ahí sí estaremos hablando de experiencias verdaderamente individuales.

Sólo lo que uses: No pierdas tiempo y dinero con aplicaciones y dispositivos que no necesitas. Antes de descargar o comprar algo, pregúntate si verdaderamente lo requieres o solamente lo deseas con el propósito de apantallar y por moda.

Estos son únicamente algunos ejemplos de lo que se puede hacer para controlar la adicción a la tecnología en un mundo cada vez más dominado por ella. No hay que desconectarse, simplemente hay que conectarse con moderación; igual que con las chelas.