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5 de noviembre de 2025
Opinión

Convicciones

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  • noviembre 5, 2025

Mis amigos de Tizapán

Rubén Aguilar Valenzuela

 

El pasado sábado 25 de octubre fueron a comer a mi casa veinte amigos y amigas del barrio de Tizapán, alcaldía de San Ángel, que conozco desde hace 55 años, en ese lugar viví de 1970 a 1972, yo entonces era jesuita.

En ese tiempo estudié la Licenciatura en Filosofía en el Colegio Máximo, el teologado y filosofado de la Provincia de la Compañía de Jesús en México, que se ubicaba donde ahora está el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

Los fines de semana los filósofos, también los teólogos, teníamos trabajo, que llamábamos “apostolado”. Yo coordinaba a un grupo de mis compañeros filósofos que impartíamos un curso de formación para jóvenes del barrio, compuesto por mujeres y hombres.

En ese tiempo el barrio todavía tenía calles de tierra, y vivía una situación muy difícil después de que años antes se habían cerrado las fábricas de textiles La Alpina y La Hormiga, y el desempleo era muy grande. Una buena parte de quienes asistían al curso eran hijos de esos obreros que estaban obligados a reinventarse y buscar nuevos trabajos, para sobrevivir.

El curso, que duraba dos años, era los sábados por la tarde y los domingos por la mañana, y con frecuencia organizábamos diversas actividades, como ir de paseo a alguno de los balnearios de Morelos. Y también realizar “misiones”, en Semana Santa, en pueblos de Morelos, entre ellos Anenecuilco, la tierra de Emiliano Zapata.

El curso tenía cuatro grandes objetivos: que los asistentes aprendieran a pensar por su propia cuenta; que ampliaran su horizonte de vida y de conocimiento; que se hicieran de elementos para expresarse y discutir, y que valoraran la importancia de vivir en el marco de una ética personal, que guiará su comportamiento.

El sábado, mis amigos llevaron a sus compañeras, y algunos a sus hijos y nietos, hablamos de aquellos tiempos, también de los de ahora. Dijeron que el curso les había hecho reflexionar y abierto nuevos horizontes, que les había dado elementos para expresarse mejor, y también para valorar, de manera crítica, lo que pasaba en el país. Hablaron de un antes y un después en su vida al haber tomado el curso.

Expresaron su agradecimiento, de ellos y sus familias, a todos los jesuitas que habían conocido y tratado mientras estos vivían en el barrio y estudiaban en el Colegio Máximo. Recordaron historias y anécdotas. A cuatro o cinco de ellos la misa de su boda la celebró un jesuita.

El año pasado también nos reunimos en mi casa. Ellos y ellas, rondan un poco arriba o un poco abajo de los 70 años, y su vida es expresión muy clara del cambio real, no de discurso, que ha vivido el país a lo largo de las últimas décadas.

Todas y todos tienen pensión en el sector público o privado, solo dos de ellos fueron a la universidad, los demás muy pronto se tuvieron que poner a trabajar para ayudar al sostenimiento de sus familias, pero ahora la mayoría de sus hijas e hijos tienen una carrera universitaria. Todas y todos tienen casa propia.

Ahora solo dos de mis amigos y sus familias siguen viviendo en el barrio de Tizapán, para poder comprar una casa o departamento han tenido que salir del lugar, pero todas y todos continúan teniendo una gran relación afectiva. Lo recuerdan con mucho cariño. Es un elemento de su identidad. Ahí vivieron su infancia, adolescencia y juventud. Ya quedamos que el próximo año también nos volveremos a reunir, para hablar del ayer, pero también del presente.

@RubenAguilar