Duermevela

Leer el territorio del embarazo adolescente
Cyntia Moncada
El desierto de Coahuila es un ser heterogéneo y extremo. Mientras las grandes ciudades se apretujan en zonas metropolitanas, otros poblados requieren horas de traslado para llegar a la urbe y se mantienen en su aislamiento. Yo no sabía que Sierra Mojada, por ejemplo, puede quedarse incomunicado por días si se va la luz en fin de semana o día festivo, o que hay lugares donde la lluvia revive los arroyos y es imposible salir de ahí si no es en un 4×4 o a caballo.
Los sueños también varían en cada territorio: para muchos, la cercanía con Estados Unidos alimenta la ilusión del “sueño americano”; otros piensan en dejar el pueblo para estudiar. Entre esos sueños multicolores, los problemas también cambian: para unos, demasiada agua; para otros, la carencia. Para unos, la industria con sus excesos; para otros, la ausencia de ella.
Incluso las palabras cambian de forma según el lugar. En algunas comunidades, la palabra aborto se disfraza de eufemismos apenas murmurados entre mujeres, porque nombrarlo en voz alta equivale a cargar un estigma. En las ciudades, en cambio, la palabra empieza a salir a las calles, a escribirse en pancartas, a discutirse con más o menos pudor, según los contextos.
Con el embarazo adolescente sucede lo mismo. El discurso público lo presenta como un problema uniforme, como si todas las adolescencias fueran iguales. Pero no es lo mismo vivirlo en Saltillo que en un ejido, en Torreón que en Ocampo. No es igual tener una clínica a diez minutos que depender de un médico que es también compadre o vecino, donde pedir un anticonceptivo significa exponerse al rumor.
Todavía la prevención se sigue pensando como campañas generales, diseñadas desde la ciudad para un país que no existe. Se parte de la idea que las adolescencias no tienen información, cuando muchas veces lo que no tienen es confidencialidad. En una comunidad pequeña, una adolescente puede saber de métodos anticonceptivos y aun así no atreverse a pedirlos: la enfermera es su vecina, el secreto se rompe antes de salir del consultorio.
La brecha no está en la ausencia de programas, sino en que aún no se ha leído el territorio. Un maestro lo dijo con claridad: “Las estrategias no llegan hasta acá”. Y no llegan porque están pensadas para otra vida, para otro mapa. En esta vida, un embarazo en una niña de trece años se cubre con silencios: “Tú no te metes, no es tu asunto”.
El 26 de septiembre se conmemora en México el Día Nacional para la Prevención del Embarazo no Planificado en Adolescentes. Pero prevenir no puede ser un hashtag ni una fecha en el calendario. Prevenir significa reconocer que detrás de cada embarazo adolescente hay desigualdades que se multiplican —también— según el territorio.
La urgencia de accionar para una prevención eficiente del embarazo adolescente no puede apagarse tres días después que muere un encabezado escandaloso. Tiene que ser derecho vivo, para que ningún territorio —por lejano, aislado o silenciado— quede fuera de él.