El asesinato del jesuita Cornelio Beudín Godínez

RUBÉN AGUILAR VALENZUELA
El padre Cornelio Beudín Godínez nació en 1612 en Gravelingas, Flandes, que después fue una ciudad de Francia que ahora se conoce como Graveline.
Se sabe que pidió a sus superiores ser enviado a la misión de Japón, pero no logró su propósito por el alzamiento, en ese entonces, de Portugal.
El historiador Atanacio G. Saravia, en Los misioneros muertos en el norte de Nueva España (1943), afirma que Beudín se enteró que pasaba por España, el padre Pérez de Rivas, que iba camino a Roma, para asistir a una reunión como procurador de la Provincia de la Nueva España.
Entonces decide enviar una carta al padre general de la Compañía de Jesús donde le solicita se le envíe a la Nueva España, en particular a la provincia de la Nueva Vizcaya, y el general de los jesuitas aprueba su petición.
Al padre Pérez de Rivas, que está todavía en Roma, se le avisa de tal decisión y escribe al padre Beudín donde celebra que se incorpore al trabajo misional en la Nueva España.
El flamenco, a su vez, envía desde Lovaina una carta a Pérez de Rivas donde le dice: “Demás de lo ficho, ruego a vuestra reverencia que me avise con claridad del estudio, así de virtudes para el ejemplo, como de lo demás necesario que convenga para la salvación de las gentes que habitan la Nueva Vizcaya, y me será de consuelo saber de cierto tiempo de nuestra partida, para disponer nuestro viaje”.
Ya avisado de la travesía llega a Cádiz donde se embarca con otros catorce padres y hermanos jesuitas que como él también van a la Nueva España. En 1647 arriban a Veracruz.
En un primer momento, los superiores quisieron destinarlo al Colegio de Tepotzotlán o al Colegio de San Gregorio de México, para que diera clases de música. Eran conocidas sus habilidades en ese campo.
Ante esto de manera directa plantea a sus superiores que su intención siempre ha sido ser misionero en la Nueva Vizcaya, como desde Flandes lo planteó en su carta al padre general.
Estos, entonces, lo envían a misionar entre los tarahumaras solo pocos meses después de su llegada. Es el tiempo que asume el gobierno de la Nueva Vizcaya, Diego Fajardo.
Éste decide fundar en el Valle del Águila, muy cerca del Valle de Papigochi, habitado por tarahumaras, la Villa de Aguilar. El gobernador considera que están dadas las condiciones, para establecer una nueva misión.
Su responsable atendería a los tarahumaras de la Misión de Papigochi y a los nuevos habitantes de Villa de Aguilar. Los jesuitas deciden, que sea el padre Beudín quien se haga cargo de la misma.
El jesuita obtiene muy pronto buenos resultados en su nuevo trabajo y levanta iglesias y casas, pero sobre todo se gana la simpatía y confianza de los tarahumaras, asegura el historiador de Durango, Atanacio G. Saravia.
En la región, con todo, había un ambiente de intranquilidad y continuos levantamientos de los indios. En este entorno, en la madrugada del 4 de junio de 1652, indígenas insurrectos rodean la casa del padre y le dan muerte. Junto a él estaba un soldado que actuaba como su escolta.
De acuerdo con versiones de la época, los indígenas rompen una esquina de la casa, entran a ella y le prenden fuego. El jesuita puede salir, con un Crucifijo en la mano, y se refugia en la iglesia. Los agresores lo siguen y le disparan flechas.
Ya dentro de la iglesia, en el altar mayor, los sublevados le ponen una cuerda al cuello y a rastras lo sacan hasta una cruz que había en el cementerio y ahí a macanazos lo matan.
El mismo día de su asesinato habitantes de Villa de Aguilar recogen el cuerpo, que es sepultado al día siguiente. El padre José Pascual, superior de las misiones de la Nueva Vizcaya, comunica al provincial de los jesuitas: “Consiguió el P. Cornelio Beudín lo que tanto había deseado, y por cuyo respecto se había ausentado de su patria, a donde una persona devota le había dado esperanza de que habría de morir derramando su sangre por Cristo”.
En 1695, el jesuita Eusebio Francisco Kino, 47 años después del asesinato, escribe: “El Padre Cornelio Beudín Godínez, flamenco, visitaba cada día siete veces el Santísimo Sacramento. Una virtuosa sierva de Dios le pronosticó que venía a las Indias a morir por la fe cristiana. Los tarahumaras lo ahogaron con una soga delante de la santa cruz, y le acabaron de matar con dos macanazos en la cabeza, en particular, por cuanto bautizaba a los párvulos. Murió de edad de 40 años y 15 de Compañía”.